miércoles, 18 de noviembre de 2009

TODO X DOS CUERPOS

Hay días en los que estoy tan contenta que un cuerpo no me alcanza. Necesitaría nueve metros más de venas y de arterias para que otros litros de sangre irriguen mi alegría. U otro cuerpo con cuatro o cinco orejas que me ayuden a amplificar los rulos de las risas. Ojos a montones y varias hileras de dientes para masticar la sensación escandalosa. Algunos pares de manos para aplaudir en cannon. Cuatro piernas para saltar poderosa y precipitarme a tierra como un gato. De pelos ando bien. Se erizan cuando río haciéndome ver como un pompón peludo de diente de león. Otras tantas bocas para disparar carcajadas y chorros de lágrimas que me ayuden a volver visible mi borrachera de contento.

LA CAIDA

Caí de una altura inexistente. Mis huesos resistieron el golpe pero el alma. A pesar de no sufrir daños visibles la presiento rota. Pero esa no es la peor consecuencia del accidente. No. Al caer se me han perdido algunas palabras. Peligrosas palabras. Las había apoyado en LA punta de la lengua antes de caer. Si. De esas que se piensan, pero jamás se dicen, se han perdido. Indomables, esas palabras. Como caballos sometidos por demás al confín de una gatera. Hubiera preferido no galopar jamás esas bestias. Pero ahora compruebo que andan sueltas. Ya no están en ese donde en el que mantenía lo inconfesable.
- Pero claro que las he buscado bajo la luz de la razón, señora. Si usted llegara a interceptarlas ¿me las devolvería? ¿Me haría ese favor?
Tan hostil estaba cuando las pensé. Ya no es cierto que odie tanto a esa mujer. Sólo en ese instante lo sentí. Podría haberla asesinado pero no lo hice.
-Sí, fui capaz. Quien no. De retorcerme y destilar litros de furia sin siquiera sentir una cucharada de remordimiento.
Por favor le pido señora, ayúdeme a encontrar esas palabras.
No. No quiero recordarlas, no. Sólo abrazarlas con mi compasión de hoy. Tan amable se puede ser y al siguiente instante, perder por completo la cabeza. Caer de alturas inexistentes y encarnar al mismo demonio en cada vuelco de la caída.
-Perdone, señora, ¿cómo era su nombre?.
-¿Mamá?, qué raro. Yo madre no he tenido.

ELLA SABE

Ella sabe. Ella sabe, conoce y entiende. Ella interpreta y apila juicios sobre mi cara.
Me mira, me mira. Me mira más de lo que puedo tolerar. Avanza y retrocede hasta desgastar mi disimulo. Entra con un hola que tal y se instala. Fabrica preguntas en serie y me acribilla. Estudia mis gestos y ademanes. Ella quiere atraparme. Yo la empujo con una mueca. Ni se inmuta.
Ella sabe casi todo... menos que la odio hasta la china.

martes, 17 de noviembre de 2009

FELICIA

Ana jamás logró capturar la atención de ningún miembro de su familia. Se sentía invisible. Hasta creyó tener ese poder por lo que hacía cosas frente a los demás que resultaban imcomprensibles y suicidas. Metía los dedos en el merengue de las torta, le sacaba la lengua a las visitas y se rascaba sus partes íntimas. Como no le decían nada ella de verdad creyó tener el poder de la invisibilidad. Pero esa convicción no duró mucho. El día que intentó robar plata de la cartera de su madre teniéndola a ella sentada en el sillón del living mirándola atónita, descubrió que ya había perdido la habilidad de desparecer.
¿Qué estás haciendo?. La pregunta la tomó por sorpresa y enrojeció tanto.
Ah,¿vos me ves ahora?
¿Pero qué decís? Ahora y siempre, mocosa. No te hagás la tonta y subí a tu cuarto a escribir cien veces no debo robar monedas de la cartera de mi madre!
La capacidad de volverla invisible era privilegio de las otras mujeres de la casa pero ella no podía hacerlo a voluntad. Eran ellas las que decidían cuándo verla y cuándo no.
Ana vivió en un hogar donde todo era excesivamente femenino. Pero sobretodo, masivo. Marta, su mamá, sus tres hermanas mayores, Damasia, Carolina y Mercedes, Roberta, la gata callejera, Tita, una fox terrier casi simpática y Pedra, la tortuga de hibernación perenne que pasaba sus días al lado de otras piedras del jardín, de ahí su nombre.
Ernesto, su papá, era varón claro, pero se había ido cuando Ana tenía siete. Partió un día feriado con los ojos rojos y una curva de dolor que le deformaba la boca. Se fue inmediatamente después de que Marta le arrojara el relleno de sus cajones por el balcón del cuarto. Pero antes de pasar a ser un recuerdo para Ana, volvió a subir la escalera de servicio una vez más. Esta vez para abrazarla y darle un último beso con sabor a sopa de arroz. Ana justificó intimamente la partida de su padre sosteniendo que ella también se habría visto obligada a huir de una mujer que arrojaba cosas desde semejante altura. Ese día Ana aprendió a esquivar el dolor.
La partida de su papá dejó un enorme vacío en la casa que pronto fue ocupado por otra mujer. La abuela Lela. Mamá de su mamá, que de lela no tenía ni una peca y mucho menos de femenina. Aunque de lunes a sábado usaba pollera de sarga con blusa y los domingos un vestido color malva, no existía atuendo que pudiera disimular sus exacerbadas dotes de general retirado. Lela podía retorcerle el cogote a una gallina mientras silbaba una polca, apilar la leña para la chimenea que antes había cortado con un hacha estratégicamente afilada por ella y que además le servía para espantar a los intrusos que rondaban la casa preguntando estupideces. Abuela Lela también sabía arreglar la camioneta Ford modelo 65 con la habilidad de un mecánico avezado y su vocabulario no era menos impúdico cuando se martillaba un dedo.
Hoy todas las mujeres de Ana, menos la abuela Lela, que había muerto hace un mes sentada en su mecedora mientras le cambiaba la lamparita a su linterna, estaban allí afuera. Demasiado cerca. Rondando.
Apliadas una sobre la otra, esperaban confirmar con esa soberbia desbordante que las carecterizaba, un pronóstico sombrío. Desde el cuarto mes de embarazo, todas empezaron a vaticinar, que lo que pateaba en el vientre de Ana era otro varón. Ana, sin embargo, mantuvo su íntima convicción de que era mujeer muy oculta tras sus muecas silenciosas. Y nadie lo notó.
Fueron nueve meses de una pulseada titánica. Y como suele ocurrir, el resultado fue revertido en el último minuto. Ana cambió el sexo de su cría a escondidas y en vez de un varón al que llamarían Octavio, entró en escena una mujer de nombre Felicia.
Felicia. Así se llamaba la muñeca calva, común y silvestre que Ana acunó en su niñez. La única posesión propia y entera. No como casi todo lo que llegaba al cajón de su cómoda. Todo lo que inexorablemente heredaba de sus tres hermanas mayores, después de su arduo uso y abuso.
Su muñeca Felicia, además de la singularidad de propiedad, tenía un halo alquímico. Porque fue regalo de Mabel, su madrina fugaz. Mabel había sido el único ser extraordinario en la vida de Ana. Por lo poco corriente y apasionada, pero muy especialmente por poseer una increíble capacidad que ningúna otra pollera de la casa poseeía. La capacidad de ver debajo de las caras. Mabel se destacaba por ser experta en percibir. Lo hacía con Ana y lograba hacerle saber que la diferenciaba de la masa informe de mujeres.
Ella podía intuir tanto sus secretos estúpidos como los decididamente indecentes y macabros. Y sus deseos. El más persistente de todos lo conocía de memoria. Ana iba tras alguna aventura que la arrancara del anonimato, porque aunque todo indicara lo contrario, sabía que era posible ser especial para alguien.
Ana descubría su identidad real cuando amarraba su sombra contra Mabel. Qué manera de deshojar carcajadas, de compartir anécdotas maliciosas, de devorar sueños venenosos. Pero el reinado de Mabel duró demasiado poco. Un lunes ocho cayó muerta de dolor. Al recibir la noticia Ana sangró por dentro. Pero después de contener la respiración por casi tres días, suturó su herida lo más rápido que pudo y jamás preguntó el motivo que produjera la tristeza letal de Mabel. Intimamente sospechaba que podía ser una tristeza conocida y contagiosa. Y ella era extremadamente vulnerable a los contagios, pero sobretodo, muy cobarde para pensar en ser efectiva para morir.
Y fue entonces que, en honor a Felicia, la muñeca calva común y silvestre, regalo de su madrina fugaz, Ana eligió darle ese nombre a su añorada hija mujer.
Inmediatamente después del bostezo del Dr. Cassumendi le siguió el último grito que dió Ana antes de enmudecer de alegría.¡Felicia!.
El Dr. Cassumendi no tuvo ninguna duda. Asumió que la paciente conocía perfectamente el nombre de la recién nacida y eso fue lo primero que anotó en su legajo. Felicia.

MUJER, DIJO LA PARTERA

Ana nunca había planeado tener seis hijos. Pero sí una hija.
Los primeros cinco intentos, fueron varones. Los tuvo como quien se come muy a su pesar los primeros caramelos que caen de un bolillero, a la espera de que en la siguiente oportunidad caiga el más codiciado. Ese que le hacía segregar litros de saliva. Ese de color pálido pero de aroma tropicalísimo e intenso. Su preferidísimo caramelo de sabor a ananá.
Por supuesto que Ana amaba a sus caramelos de gustos no deseados. Eran varones, pero los amaba.
Teo. El primero. Tan gracioso y tierno. Tan irritablemente dependiente del visto bueno. A falta del de Ana o del de Esteban, su papá, era bien recibido el de algún hermano o el de Jannette Vinaia Rodriguez, la mucama boliviana con nombre de Miss Universo. A veces hasta le bastaba el de Tristán, el perro labrador viudo de alguna Isolda que con el repiqueteo constante de su cola parecía decirle que sí a su próximo gran proyecto, ir a bañarse. Su futuro olía a fracaso.

Demasiado pronto llegó Noel. Salvaje como la maleza que la abuela Lela se encargaba de aniquilar del jardín en el que Ana se perdía por horas. Desobediente hasta el hartazgo pero fiel a sus más íntimos deseos. Hacer lo que se le daba la reverenda gana. Para él todo el año era navidad.

Dos años después llegó Jaime. Económico en palabras. En apariencia sumiso pero terriblemente específico y peligroso. Adicto a las mentiras y a los vueltos ajenos. Amo y señor de todas las llaves perdidas de la casa que lograba encontrar con la precisión de los detectives asexuados de los libros de Agatha Christie.

Jerónimo, el del medio, llegó en sólo siete meses. Pero de indio nada. Más bien llorón y conflictuado. Adicto a la comparación y a la ofensa. Sensible incurable con dotes para el dibujo y la música. Un artista.

Belisario, ocupó el último lugar, pero no en sabiduría. Estudioso y circunspecto. Un sobrestimulado de seis años que sabía casi todo. Menos llegar a la cama solo. Al terminar de comer casi siempre se quedaba dormido sobre la mesa ahogando las migas de pan en un río interminable de baba que bajaba por su cachete redondo hasta humedecer el mantel. Alérgico a las caricias pero siempre atento para detectar quien las recibía y quien no. El último. Pero ningún orejón del tarro. De eso se encargaba Ana que sobre el tema sabía mucho más de lo que le hubiera gustado saber alguna vez.
Para ella, ser la útima de la camada nunca había significado una ventaja. Desventajas, todas. Tal vez estuviese equivocada pero lo dudaba seriamente.

QUE LOS CUMPLAS FELIZ

Año tras año repito el mismo rito agobiada por el peso de la superstición. Una torta ardiente sostenida por alguien supuestamente querido y cercano. Mi marido Bruno, o por Laura, una amiga de la infancia que no me atrevo a cambiar y a quien hoy sólo me une el recuerdo de una Rodhesia compartida en un recreo de tercer grado. Manos anónimas apagan las luces, cuchicheo previo. Y mi actuación casi grotesca de la sorpresa al ver la torta cubierta con un merengue baboso y amarillento. Un desgano indisimulable que oculto tras una sonrisa estirada por demás. Y el pedido unánime del grupete caprichoso que me rodea: faltan los deseos, vamos, vaaaamoooos! A pedir los tres deseos. Irma la vecina del quinto B, la que me presta la batidora y que escupe con cada pe que pronuncia; la abuela Delia, una vieja de ochenta y nueve que desde que dejé los pañales me regala bombachas de algodón estampadas. Una madre sobreactuada, una suegra de manual y Natalia, una compañera de oficina a quien la primera vez invité por error. Ahora cree que somos íntimas y para demostrarlo me trae un tiramisú incomible que prepara con café Dolca.
Todos cantan y, aunque no necesariamente desafinan, la canción sale mal. Por falta de ensayo nadie sabe exactamente con qué completar la línea punteada donde va mi nombre: “que los cumpla…Clemencia….que los cumplaaaa…Clemencita…..que los cumpla….Clemen… “ Todos rellenan el espacio con alguna versión de mi nombre adjudicándose íntimamente diferentes grados de relación!
Nunca puedo concentrarme lo suficiente en el ritual de los deseos. Que son tres. Porque sí. Porque es más mágico. Las velas arden desproporcionadas e iluminan la escena. Nunca falta alguien que apura. ¡Dale! O un amigo que hace un chiste indeseable aprovechando al público advenedizo para sentirse gracioso e inteligente. Todos braman, todos apuran. Parece ser que el rito les incomoda a todos. Aunque argumenten que el apuro es para evitar el chorreado de las velas rosa fosforescente sobre la torta Exquisita. Entonces uno debe pensar tres cosas con fuerza. Frunzo el ceño, elevo uno a uno los dedos de la mano… primero el pulgar, después el índice y finalmente el mayor, y soplo el velamen sin haber pensado nada. Últimamente me he refinado; no sólo no pienso nada sino que a veces deseo cosas muy concretas, que bien podrían ocurrir sin tanta divina intervención: que la cuenta del teléfono no supere los trescientos pesos, que florezca la Bignonia, que una ola de frío polar mate al mosquito del dengue.¿Un desperdicio? Suena más coherente que pedir paz en el mundo, el desarme mundial, amor en general, o el Martín Fierro a mejor actriz de reparto. La tortura recién empieza. Falta abrir los regalos. Ninguno de los presentes se concentró más de cinco minutos para elegirlo. Todos me regalan cosas que ellos leerían, se pondrían o con las que decorarían un rincón vacío de sus casas. Pero lejos están de ser cosas que querría que se salven después de una explosión.
Mmmmmm…gracias por las bombachas tiro alto, abuela! Y este año con dibujitos geométricos… se re usa.
“Consejos para una vida plena” .Uy, muchas gracias. La del libro fuiste vos, no, Nati? Claro que te lo presto! Querés llevártelo ahora?
Si, ya sé, Bruno. Ya vi el cartelito de “vale por el anillo que quieras” pegado con jabón en el espejo del baño.
¿Un curso de moldeado con porcelana fría? Irma, gracias! Después podés vender los duendes que fabrique en la feria de la Plaza Falucho, donde tenés el puestito, no?
Mamá! Una cartera imitación reptil! Si! Ya veo. La correa es ajustable, yupiii! Y está forrada en composé. Cuántos compartimentos!
Gracias. Gracias a todos por haber venido. Y ahora, si me lo permiten, voy a saltar por el balcón.

lunes, 9 de noviembre de 2009

SI

Si alguien supiera cómo me siento. Si yo lo supiera. No me duele ni la boca del estómago, ni es agudo ni punzante. No es visible ni grosero. Es sordo y es ciego y no es dolor. Es una molestia constante que me arrebata todo y me transforma en un líquido viscoso lleno de pensamientos vacuos. Y entonces busco el aliento de algún filósofo que me ataje y me devuelva a alguna orilla conocida en forma de basura escupida por su mar. Que me vomite al menos , pero que haga conmigo lo que yo no puedo.

sábado, 3 de octubre de 2009

RESULTÓ SER UN BUEN PADRE

Sus sermones me producían tan decididamente el efecto contrario que llegué a creer que estaba poseída. Cuando nos llamaba a la austeridad sentía deseos irrefrenables de ahogarme en la gula. Y si trataba de inspirarnos a amar sin mirar a quien, de regreso a casa me detenía en cada una de las almas de mi cuadra y las desollaba vivas. El último domingo me atreví a soltar una carcajada después del amén. Cuando el último gorjeo de mi risa se apagó, él giró la cabeza como un soldado ruso y me incineró con sus pupilas. Un segundo mas tarde había desaparecido tras la puerta de la sacristía.
Una charla intrascendente nos entretuvo a la salida hasta que alguien dijo, “se hace tarde”, y nos obligó a partir.
El grupo se disipaba de a poco entre las bicicletas inglesas. Mientras yo luchaba por liberar el candado de la mía apareció de la nada vestido de civil. Y con una furia que aún hoy me aniquila, me arrastró seco de palabras hasta una pared sin revoque y me besó hasta hoy.

lunes, 28 de septiembre de 2009

LA FOTO

Corrí la foto de mi hermana Julia hacia la izquierda y puse la que tenía en mis manos a su lado. Después de contemplar el conjunto de cerca por unos segundos me ubiqué a cierta distancia para examinar cada detalle.
Las fotos en blanco y negro siempre me habían parecido tan extrañas. Imágenes neutras en color y tiempo. Esta en particular transmitía esa extraña sensación y algo más, que no podía atrapar con la trama de las palabras. Tal vez la sinuosidad de las gaviotas o las nubes esqueléticas. Las sombras proyectadas por el oleaje de pisadas sobre la arena. Con obsesivo interés apoyé mis ojos sobre la mujer parada de espaldas. Recorrí su pelo, sus piernas, su vestido detenido y blanco. En el viento. Un aroma me tomó por sorpresa. ¿Narcisos? Todo en la imagen transmitía un silencio frío y quieto.
Hasta que una niña. Entró a cuadro desde la izquierda dirigiendo su trote infantil en dirección al mar. Su intencionalidad, entre macabra e ingenua, superó mi estupor frente al fenómeno inexplicable.
Sentí miedo. Por la imagen que latía extrañamente desbocada dentro de la escena. En una de sus manos llevaba un balde y en la otra, un molde de plástico con forma de langosta. Al sentir la arena húmeda bajo sus pies, se detuvo. Dibujó un garabato con su dedo gordo y después de contemplarlo por algunos segundos, festejó dando más de siete vueltas con la mirada unida al cielo. Cansada de tanta inmensidad, bajó la cabeza y se puso en cuclillas. Dejó caer el baldecito y el crustáceo a un costado de sus piernas regordetas y se incorporó despacio. Seguí sus ojos y descubrí con espanto que se dirigían al mar que ahora también estaba vivo. La niña lo observó por unos instantes, con hambre. Parecía entender el llamado de las olas. Respondió galopando como un caballo nuevo. Cuando advertí que el agua le llegaba a las rodillas, decidí correr a buscar ayuda. Encontré a mi hermano lustrándose los zapatos al pie de la escalera de servicio y le grité.
__“Amadeo, por favor, corré, vení, hay una chiquita en el consultorio de papá. Se va a ahogar!”.
Alguna fuerza invisible lo sedujo e hizo que me creyera y que corriera a mi lado dando zancadas sin hacer preguntas.
Al llegar, revisó el lugar con desconcierto interpretando el cuarto vacío como otra de mis bromas absurdas.
__“Dónde está, ¿me querés decir”?
Yo no hice más que señalar el porta retrato.
Amadeo lo levantó, sus ojos enterrados en un sentimiento para mí inubicable.
_ “Papá no quiere recordarla, ¿acaso no entendés?, gritó. Y arrancó la foto de la mujer parada de espaldas con un gesto desgarrador.
“Guardá la foto de mamá donde la encontraste y volvé a poner la de Julia en su lugar. Y apurate, porque en diez minutos nos pasan a buscar para ir a la misa”.
22 de enero. Ya han pasado tres años desde que se ahogó mi hermana Julia. En la misma fecha, un año después, se ahogaba mamá.
Llevé la foto de la mujer parada de espaldas con las dos manos, sin dejar de mirarla nunca. Después de enterrarla en el fondo del cajón, debajo del saquito de hilo celeste que me había tejido aquel verano, mamá murió, por primera vez, para mí.

SUEÑO NO CORRESPONDIDO

Un hombre con el que vengo soñando hace unos meses es uno que no he conocido en vida. Se llama Aurelio. Aurelio no fue pariente lejano ni cercano. No agujereó mi boleto de tren ni me vendió una camisa con botones de nácar. No pidió mi mano. No me cedió el asiento en el colectivo ni ofreció llevarme hasta Choele-choel. Yo a Aurelio no lo conozco hace mucho tiempo.
Ayer me dormí tarde. Más tarde que de costumbre y fue a propósito. No quería soñar con él. Aurelio me estaba aburriendo. Lo único que hace en mis sueños es mirarme de lejos. Aurelio me incomoda. Además acababa de ver una película en cable que me dejó intranquila. Era sobre un hombre que soñaba con un ladrón. El hombre se llamaba John. El ladrón había muerto en un asalto y en sueños le susurraba cosas en la cabeza a John. Entonces John se despertaba con ambiciones desconocidas. Le empezaron a gustar las armas y objetos que no podía comprar. En sueños John tomaba lecciones de asaltante. Hasta que un día atracó el Banco Interamericano de Bienes y mató al cajero. Cayó preso. John juraba ser inocente, pero nadie le creía. Su abogado tampoco y prefirió declararlo demente.
No me quería dormir. Tenía miedo de las intenciones de Aurelio. Me dediqué a las palabras cruzadas, organicé mis recetas de cocina y a escribir reseñas en las fotos del verano. Nada. Imposible dejar de relacionar a John con Aurelio. ¿Qué clase de incomodidad había sembrado en mí la trama de esa película de bajo presupuesto?.¿Qué me pasaba? ¿Era mi frágil voluntad lo que me asustaba? ¿Acaso me gustan las endivias, ahora? ¿O el color amarillo?. ¿Tengo unas ganas ajenas de matar a alguien? No. Tranquila, me dije. Aurelio es inofensivo y honesto. Te mira y espera. Aurelio es aburrido y desapasionado, nada más.
Pero no puede evitarlo. Mis párpados cedieron y me dormí con las fotos del verano pasado sobre el pecho. Aurelio no tardó en aparecer. Estaba parado en el techo de un cobertizo. Desde allí me miraba con tristeza. O no. Con desilusión. Sí. Su mirada expresaba una desilusión espesa y gris. Yo le sonreí, un poco por culpa. Empecé a regar un cantero intrincado de lirios y hiedras para distraerme. Aurelio bajó del cobertizo sin hacer ruido. Se acercó despacio, como agonizando, por la derecha. Me pidió agua de la manguera. Me sorprendí. Era la primera vez que lo volvía a escuchar desde que me había dicho su nombre. Después sacó un pañuelo a rayas del bolsillo interior del saco y se secó la boca.
-Lo nuestro ha terminado- me dijo.
Me sorprendí aún más. ¿Que lo nuestro había terminado?. ¿Lo nuestro?
Que la tardanza de esa noche era una señal indubitable, dijo.
Yo me agité, me avergoncé y sobre todo me callé.
¿Aurelio sabía que no quería soñar con él? ¿Qué había hecho todo lo posible por no dormirme a la hora de siempre?
No quería preguntar, no quería saber ni entender. Seguí regando intercalando miradas entre el cantero y Aurelio. Lo que hizo a continuación me aterrorizó. Se cortó un mechón de pelo con una navaja y me lo entregó.
-Por si cambia de opinión-, dijo.
¿Opiné algo? ¿Cuándo? Estiré la mano y él apoyó el ramillete oscuro y áspero sin dejar de mirarme. No tenía dónde guardarlo. Sentí confusión y asco pero no me atreví a demostrarlo. Quería despertar. Le dije una estupidez. Que yo nunca había sido muy puntual y que eso me había traído problemas con el presentismo en el trabajo..
-Es una pena, una verdadera pena-, dijo. -Creí que usted era la mujer golondrina que he estado esperando-,
Sí, sí. Me gusta emigrar. ¿Cómo sabe?
- La espero desde la tarde en que me lancé del puente.
-Suicidio, fue? Lo siento tanto. Qué difícil, le dije extinguiendo mi repulsión.
¿Qué quiere de mí este hombre?
-La muerte no fue idea mía, no crea- dijo Aurelio. Su voz era dulce, clara. Continuó.
-Me costó creer que el suicidio era lo debido, se lo aseguro-.
Hilaba las palabras lento mientras hacía dibujos con un palito en la tierra cerca del cantero. Sus arabescos me calmaban. Mi cuerpo tenso empezó a ceder.
Aurelio contó que antes de morir, soñaba con un hombre. El hombre del sueño era delgado y de piel cetrina según dijo. Y muy preciso. Le daba extraños consejos. Una y otra vez. El hombre del sueño nunca le daba explicaciones. Sólo instrucciones. Que se pusiera su mejor traje y después saltara del puente cerca de la represa, a las seis.
Yo escuchaba con tanta atención.
La única esperanza de encontrar el amor para Aurelio, no era en esta vida, le había dicho ese extraño hombre a Aurelio en sueños. Aurelio dijo que tardó un año en convencerlo. El hombre del sueño era muy persuasivo. Una misteriosa mujer no tardaría en llegar después de que saltara del puente. Le dió su descripción. Y el nombre. Sofía. ¿Como yo?
Aurelio le creyó.
El corazón del pobre Aurelio se llenó de ilusión y una tarde...saltó. Con la esperanza de conocer después de muerto a esa mujer.
Mis ojos se humedecieron un poco. Después más y más hasta que el desconsuelo fue completo. Dejé de regar y de querer despertar. Sólo me senté sobre el charco que se había formado a mis pies, para escucharlo. Aurelio arrancó un lirio y siguió con el relato, mientras la hacía girar cerca de su nariz aguileña.
-Pasó mucho, mucho tiempo. Tanto, Sofía. Hasta que aquella noche la vi aparecer en la playa enterrando medallas.
Sí. Es cierto. Lo recuerdo! Una noche tuve un sueño rarísimo.
Estaba en una playa muy extensa. Llevaba una bolsita de paño color celeste llena de medallitas de Santa Cecilia que enterraba mirando intermitentemente hacia todos lados por miedo a que alguien me viese. Pero no sabía que Aurelio estaba alli!
-Enseguida supe que era usted, Sofía. Ese perfume de plumas, esos ojos en punta. La descripción encajaba tan perfecta"
¿Yo? Este hombre no es aburrido. Soy una idiota, me dije mientras Aurelio seguía desgranando las palabras del relato.
"Pero las instrucciones del hombre del sueño fueron muy precisas. Tenía que esperar setenta noches antes de confesarle mi amor, Sofía. Me lo dijo… me lo dijo tantas veces el hombre del sueño. Y si la noche previa a la declaración, la noche número sesenta y nueve, usted llegaba tarde, la señal debía ser interpretada como un no. Esa noche era la de hoy.
Y yo no me quise dormir. No quería soñar.
-Usted ha llegado tarde, Sofía.
Y lloró. El silencio que se sucedió después de esa frase, duró una vida.
-Ahora me despido. Debo seguir buscando a mi Sofía en otros sueños-
No, no. Un momento. Pero no dije nada.
La figura de Aurelio empezó a desvanecerse. Se iba confundiendo con una bruma amarronada. Su voz volvió a sonar desde lo lejos como un eco agrio.
-Si decide volver a intentarlo sólo tiene que dormir con el mechón de pelo encerrado entre sus dedos, dijo. Y desapareció.
Me desperté a mitad de la noche, desencajada. Bajé a servirme un vaso de algo. Caminé por la casa. Prendí la televisión. Otra vez esa película siniestra del hombre que sueña. No. Mejor algún programa sobre el antiguo Egipto o un videoclip de Queen.
Me quedé dormida nuevamente en algún momento. No recuerdo.
Al despertar a la mañana revisé mis manos, las escarbé hasta que enrojecieron.

miércoles, 9 de septiembre de 2009

MAMÁ, ¿POR QUÉ LIDIA NO SE SIENTA CON NOSTROS A LA MESA?

Esa pregunta la formulé el 21 de junio de 1968
a la hora de comer. Lo recuerdo con mucha precisión
porque empezaba el invierno y fue el mismo día que
me agarré el dedo gordo de la mano
con la puerta del falcon. Lidia, la señora
que trabajaba en casa, esa noche se sentó
a la mesa para ayudarme a cortar con el cuchillo.
El dolor punzante en mi dedo me impedía
hacerlo por mis propios medios.
Mamá comía atún La Campagnola con ensalada
de chauchas y yo milanesa con puré.
Ustedes se preguntarán por qué la que
me ayudaba era Lidia en vez de mamá…
Por suerte ese tipo de preguntas
no se me ocurrían a mis seis.
Lo que yo quería saber era mucho más importante.

_ Mamá ¿Por qué Lidia no se sienta siempre con nosotros a la mesa?
_ Porque está cansada de estar con nosotros todo el día, gordita.
_ Estás cansada de nosotros, Lidia?
_ No
_Mamá…dice Lidia que no está cansada.
_Bueno. Y qué va a decir, chiquita.
_ A mí me parece que Lidia no se sienta porque no te gusta. ¿Es porque dice jodida, mina, culo y la calor?
_ Pero qué disparate! Qué estás diciendo!
_ No se preocupe, señora. Es una nena…
_No se dice nena , Lidia. A mamá no le gusta. Tampoco le gusta que diga rojo, apetito, coche, hermoso y falleció.
_Clemencia! Qué te pasa? Mirá que te vas a ir a la cama sin comer arroz con leche, eh!
_No se haga problema, señora. Es cierto, me falta educación. Voy a tratar de hablar mejor, permiso.
_ Mirá lo que hiciste! Te vas a tu cuarto inmediatamente. ¿Y por qué llorás, ahora?
_Porque me duele mucho el dedo.

miércoles, 2 de septiembre de 2009

LOS DELIRIOS DE GRANDEZA DE MAMÁ

Para levantar mi autoestima mamá incurría en comparaciones inexplicables. Cuando me quejaba de mi pelo voluminoso, me decía que era un disparate. Que así lo usaba Rita Hayworth. Cuando lo que me obsesionaba era mi nariz, me decía que Barbra Streisand era fabulosa.
- ¿Porqué no le escribís una carta al príncipe Carlos?
Según mamá, el futuro rey de Inglaterra caería rendido sobre mis pies número treinta y nueve en cuanto terminara de leerla.
Un día apareció con la loca idea de que tenía que conocer al hijo del Aga Khan.
- Yo te pago el pasaje, gordita. Con lo bien que hablás inglés…
Eso era lo único que según mi madre yo necesitaba para conquistar a sus candidatos de realezas lejanas.
- Mamá, tengo las piernas gordas...
- Fuertes, como las de Amelita Vargas.
- Mamá, mis labios parecen dos salchichas de viena..
- Sensuales como los de Jean Paul Belmondo.
Nunca terminaba de entender si las comparaciones que hacía mamá eran edificantes o desmoralizantes. Si lo que me brindaba era una ayuda invaluable o una insinuación velada de que esperaba mucho más de mí.
Yo no tenía la nariz tan grande como la de Barbra Streissand... pero tampoco su voz de terciopelo.
Es cierto. Tenía el pelo inflado como el de Rita Hayworth. Pero ni un gramo de su belleza extraordinaria.
Y el Príncipe Carlos jamás recibió esa carta. Y con la plata del pasaje para ir a conocer al Aga Kahn mamá arregló la trompa chocada  del Falcon.
Los labios carnosos de Jean Paul Belmondo, pero ninguna oferta del cine francés para protagonizar una película de acción. Las piernas de Amelita Vargas, pero la cintura de Danny de Vitto.

Un mes antes de mi casamiento me obesioné con la idea de que tenía cara de varón. En las pruebas del vestido cada vez que me miraba al espejo sentía que era mi padre disfrazado de novia.
Una vez más mamá salió en mi auxilio.
- Mamá. Me parece que tengo cara de hombre…
- No te preocupes, mi chiquita…con el tul y las flores...

viernes, 28 de agosto de 2009

EL VOCABULARIO DE MAMÁ

En casa usábamos palabras, expresiones y extranjerismos raros. Aunque el único leído de la familia era papá, mamá tenía la costumbre de retener en la memoria vocablos extraños que escuchaba por ahí. Sin conocer con exactitud su significado pero dotada de una intuición poderosa, los embocaba a la perfección en sus oraciones.
Mi infancia se vió nutrida de esta clase de palabras y expresiones.
Cornucopia, opíparo, cintura divito, babé, canícular, jastial, sílfide, tísico. Heliotropo, bonvivant, blef, almácigo, gestroemia, misansen, parecía una cornucopia. El vestido de Martita era ampuloso, tu tío Anaselmo era un sibarita.

Antes de estrenar un vocablo yo preguntaba
qué quería decir. Las respuestas de mamá
me ayudaban poco y nada. Tanto como
a Amundsen le hubiera servido un
“por allá” para orientarse
en el polo norte. Entonces, como ella,
me dejaba llevar por la intuición,

Mi rebuscado vocabulario crecía cada día.
Con él hablaba con mis amigas del colegio,
con mis hermanos y con las visitas. Y me traía problemas.
Creyendo lucirme en mis clases de lengua
lo utilizaba en la redacción de mis oraciones
y composiciones.

- Los niños descansan bajo el sauce llorón
después de una opíparo brunch.

- Al notar que los pantalones
le quedaban cortos, la madre exclamó:
¡Hija! Estás hecha un jastial.

- Mabel organizó la frutas en el bowl
cual cornucopia.

- Optaron por no salir a juntar totoras
porque el calor era canicular.

Mi maestra de lengua sospechaba de mi vocabulario.
Un día la escuché cuchicheando con Lidia,
la de matemática, mientras corregían a la hora del recreo:

- Esta chica escribe raro, viste. Escuchá lo que puso en esta oración.
“Disfrazada de Carmen Miranda
bebió el agua helada del aguamanil sin
saber que su madrastra la había envenenado
con ácido muriático.”

- Y qué querés. Con ese nombre, contestó Lidia.

viernes, 7 de agosto de 2009

ESTA MUJER...¿ERA MI MADRE?

De chica me preguntaba si esa mujer depilándose el bozo en el baño era mi madre. Supongo que todo niño alguna vez tuvo sospechas acerca de su origen. Las mías eran múltiples por múltiples motivos.
Mamá detestaba que los pájaros la despertaran, que los perros babearan y que las vacas dijeran mu. Yo me sentía la reencarnación de San Francisco de Asís.
Mamá creía que los extraterrestres eran puras estupideces. Yo intentaba comunicarme con ellos dos veces por semana.
Mamá pensaba que esconder las galletitas, el cable de la tele y contar las milanesas frías que habían quedado en la heladera, era un plan de economía doméstica. Yo que era puro abuso de poder.
Yo amaba la lectura, saber de dónde se extraía el jade y hacia dónde emigraban las golondrinas. Mamá lo único que terminó de leer fue Platero y Yo, tres artículos del Readers Digest y su máximo interés era ganar el Prode.
Yo aprendía a hacer voulavents viendo Buenas Tardes Mucho Gusto. Mamá bufaba cuando tenía que hacer los huevos duros para los pic-nics.

Ella, grandes ojos color turquesa. Yo, ojos marrón zapato de colegio.
Ella, pelo rubio ceniza llovido. Yo, pelo castaño rojizo voluble.
Ella, odiaba el pollo. Yo, le pedía a Papá Noel que me dejara uno al espiedo en el arbolito.

¿Habrá sido mi madre?

miércoles, 5 de agosto de 2009

NO ME PARECÍA A RITA HAYWORTH

Antes de empezar me cercioraba que la casa estuviera vacía. Después corría los muebles del comedor para comenzar la práctica. La música disponible no ayudaba demasiado. En nuestro Ken Brown solía escucharse bastante Bossa Nova, Ray Conniff, algo de Nat King Cole y Frank Sinatra. Pero nada de Rod Stewart o Peter Frampton. Entonces cantaba. Entrecerraba los ojos para recordar la melodía y fruncía el seño para concentrarme y así poder cantar y bailar al mismo tiempo …if you want my Money and you think I´m sexy, come on sugar let me know… Y así iba puliendo el pasito de moda. Un rebote adelante y otro atrás, sacudiendo la cadera, pero nada exagerado. Una vez alcanzada la cadencia y el ritmo correcto con todo el cuerpo, introducía el bamboleo de brazos…She sits alone waiting for suggestions, he's so nervous avoiding all the questions...

Llegaba el sábado y sin importar cuán perfecto me hubiese salido el pasito el día anterior,a último momento me acobardaba y decidía no ir. Y todo por mi pelo.

Mi pelo no era ni rizado, ni lacio, ni ondeado ni crespo, ni grueso ni finito. Mi pelo era todas esas posibilidades al mismo tiempo. Yo lo tomé como un castigo divino. Bastante me había costado aceptar que de todos en casa yo era la única con ojos marrones; medir un metro setenta y tres cuando ningún candidato superaba el metro sesenta; calzar treinta y nueve desde los doce; tener boca grande y ser catalogada por mis tías abuelas como interesante en vez de linda...Pero tener el pelo voluble? Eso ya era demasiado.

¿Qué le pasaba a mi pelo? ¿Qué fuerza diabólica lo dominaba?.
Cuando el clima era seco se electrizaba y se adhería a mis cachetes. Y cuando la humedad superaba el setenta por ciento, se encrespaba, se inflaba y enloquecía. El flequillo se rebelaba aún más formando dos rulos con forma de cuerno sobre mis sienes dándome un aspecto indeseable de querubín gigante. No tardé mucho en aprender algunos trucos que mantenían mi melena indomable bajo control. El pelo lacio me hacía sentir segura. Con el pelo lacio me animaba a ir a las fiestas y enfrentar al sexo opuesto.

Después del “querés bailar” los examinaba de reojo. Ni lindos ni feos eran los chicos que me elegían. Pero aceptaba. Yo me concentraba en reproducir los pasitos ensayados durante la semana dándole la espalda. Prefería controlar el contorno de mi cabeza reflejada en el ventanal que tenía a mis espaldas más que comprobar si el chico con el que bailaba tenía lindos ojos. La noche prometía. El pasito me salía a la perfección, la dieta de la manzana había dado resultado, mi pelo se mantenía en su lugar... Y los temas que pasaban eran mis preferidos: Fleetwood Mac, Gloria Gaynor, Stevie Wonder. Pero el bailar me hacía transpirar intensamente. Y a él también. El calor se hacía insoportable. Yo evitaba establecer contacto visual para que no me lo pidiera. El rebote adelante y atrás, siempre mirando a un costado y al otro. Y de pronto lo inevitable. Un golpecito suave en el hombro y la fatídica propuesta: "Querés ir a tomar algo al jardín?” Y ahí comenzaba mi pesadilla. Caminar manteniendo la cabeza debajo de los aleros parecía ser la única solución para evitar los efectos del rocío sobre mi pelo. Pero la situación se hacía insostenible. Cuánto tiempo podíamos durar así? Yo, caminando por el caminito de ladrillos que bordeaba la pared de la casa con la cabeza inclinada debajo del techo y él esquivando los caracoles por el colchón de musgo con cara de asustado. Imposible. Entonces me entregaba a la intemperie y la metamorfosis no se hacía esperar. Alimentada por ese cocktail letal de baile, transpiración, el vapor hirviente que emanaba de mi cabeza y el rocío, mi peinado mutaba, cobraba vida...crecía.
El rocío era uno de los mayores enemigos para mi tipo de pelo. Producía un efecto silencioso y mortal sobre la primera capa de mi peinado alisado. Había pasado horas intentando engañar a la naturaleza con un truco maléfico llamado “la toca”, para que, en cuestión de segundos, el efecto de estiramiento se revirtiera a una velocidad espeluznante.


To be continued...

jueves, 16 de julio de 2009

UN TAL ROQUE FELER

Al parecer yo no dimensionaba el valor del dinero. Mucho menos imaginaba lo mucho que costaba ganarlo. Esto enfurecía a mi madre y cuando podía me daba un sermón que incluía frases como: la plata no brota de los árboles, cómo se nota que tu única preocupación es que te queden parejas las dos colitas y saltar bien al elástico....Y toda vez que yo pretendía que me comprara algo que ella consideraba un gasto innecesario o demasiado caro para nuestro presupuesto, me decía:
Vos creés yo soy Roque Feler, mijita?
Dentro de la lista que el tal Roque Feler podía afrontar y nosotros no, mamá incluía:
La revistas Billiken y Anteojito, las galletitas manón, las figuritas con brillantina, los chupetines Topolino, los helados Noel, las lapiceras con luz, el Ludomatic y el cerebro mágico.



En memoria de John Davison Rockefeller.
El multimillonario con quien mi madre me atromentara en la niñez.




sábado, 11 de julio de 2009

DIOS SI ME ESTÁS ESCUCHANDO MOVÉ LA LÁMPARA

De un día para otro pasé de ser una niña común y silvestre a ser una niña católica. Así por lo menos lo tengo registrado en mi memoria. Como si un lunes me hubiese dedicado a fabricar papel picado, a saltar a la soga, a ver pasar las nubes tirada panza arriba sobre el pasto y al día siguiente me hubiese convertido en alguien diferente. Alguien que pensaba que esas nubes, los bichos canasto, el verdulero y, ella misma, habían sido todos creados por un dios.
La idea de dios la entendí enseguida. Había alguien que sabía hacer hormigas y ese alguien no era humano. Los humanos podíamos fabricar bidets, teléfonos, panderetas y aviones, pero ningún humano tenía la capacidad de crear vida de la nada. Y aunque a mi igualmente me parecía que los que habían inventado la televisión y el teléfono eran casi dioses, la idea de un ser capaz de crear todo el universo empezó a fascinarme. Tanto que pensar en él se transformó en mi pasatiempo preferido.
Una de las cosas que más me divertía, era clasificar y hacer comparaciones entre sus creaciones. Dios había creado a los tábanos y a la luna, a Cleopatra y a mi tío Cacho, a Doris Day y a mí.
Otra cosa muy conveniente acerca de dios es que le podías pedir cualquier cosa. Al menos eso entendí yo. Lo primero que le pedí fue que cambiara el color de mis ojos. Siempre pensé que haber venido al mundo con un par de ojos marrones había sido un error. Yo había nacido para tener ojos verdes....

jueves, 9 de julio de 2009

QUÉ ESTÁN TRAMANDO?

Primero el negro Fontanarrosa
después Jorge Guinzburg.
Le siguieron Fernando Peña y Alejandro Doria.
Mario Benedetti, Andrés Cascioli, Michael Jackson y ahora Jorge Bañes.

Qué está pasando.

Paren de morirse y de dejarnos tan solos, che!

Y si están tramando algo...avisen!

Pasen dirección o teléfono de contacto!

SER SANO ES PERJUDICIAL PARA LA SALUD

jueves, 25 de junio de 2009

NO TODOS LOS FRONTERIZOS SE DEDICAN AL FOLKLORE

Lo cierto es que un día descubrí cuál era mi problema. Yo no era inteligente. Lo venía sospechando, pero me hacía la zonza. Cara de faltita, no tenía. Aunque para cerciorarme fui a chequear al baño grande. Un espejo amplio de frente y dos a los costados. Y mi imagen multiplicándose hasta el infinito. Mi perfil izquierdo era normal y bastante lindo. Pero el derecho me hacía dudar. La boca enorme, trompuda y las comisuras que se derretían a los costados. Mi tamaño en general era otro elemento de duda. Había crecido desmesuradamente. Un metro setenta y dos a los trece. Empecé a caminar encorvada para disimular sin resultado.
Cuántos años tiene la nena?, preguntaban cómo si yo no estuviese allí. Trece.
Uy, que grandota.
Por cómo lo decían y de tanto subrayarlo deduje que la palabra tenía algún tipo de connotación negativa. Desde entonces detesto el adjetivo. Por ser descalificador y burlón de la manera más vil.
La palabra fronterizo la escuche por primera vez de boca de una amiga de mamá.
Viste, pobre Titina? Parece que el menor le salió fronterizo.
Y sí. Eso me me generó una gran confusión y luego la terrible sospecha de que yo era otro caso aunque aún no detectado.
Lo que más me sorprendía era que nadie se diera cuenta salvo yo. Ni mis amigas, ni mis maestros. Tal vez fuese por mi notable habilidad para imitar a los inteligentes.

Continuará


viernes, 19 de junio de 2009

FRASCO DE AHORRO

Ahorrar es esconder plata sin que se entere tu padre. Textuales palabras de mi madre.

Mis ideas de administración y finanzas las aprendí todas de la mano de mamá. Ella decía frases como ésta: "Cría cuervos y te comerán los ojos".

Mamá tenía tres hijos. Dos cuervos y yo.

Ella nunca me explicó lo que era una caja de ahorro. Tampoco me llevó una mañana a una visita guiada al Banco Nación. Una noche mamá me guió hasta el fondo del jardín. En una mano llevaba una linterna Eveready colorada, en la otra, un frasco de café Dolca con diez mil dólares prolijamente enrollados en su interior. Mamá cavó un pozo cinco pasos a la izquierda de un azarero. Y allí enterramos el frasco envuelto en una bolsa de plástico negro amordazada con cinta scotch..
Así fue que recibí mi primer lección de ahorro. Se ve que yo era otra clase de pájaro. .

jueves, 23 de abril de 2009

LOS BUENUDOS

Aquí vienen. Son todos buenos, todos educados, todos católicos, todos un poco estúpidos y aburridos. Viajan en un auto muy grande, desvencijado y pintado en algunas partes con pincel. Viajan en pilas, todos apretados, pero no reclaman. De tan buenos son tediosos, exasperantes, irrespirables, asesinables.
Son ocho. La mamá, buenuda, el papá buenudo, dos buenudos adolescentes dóciles sin causa y cuatro buenuditos menores llenos de picaduras y tos convulsa que, juntos van a misa. Hace poco me enteré de que un noveno buenudo viene en camino y que nacerá en una clínica que no se pinta desde mil nueve ochenta y siete.
Los buenudos siempre tienen muchos hijos. No se animan a ir encontra de lo que dicen los papas porque les da miedo ir al infierno. Entonces traen al mundo niños y más niños que no pueden mantener por lo que reciben donaciones de allegados culposos que los critican y los detestan. Los buenudos a eso le dicen providencia
Los buenudos no son pobres. Son seres incompatibles con él éxito de cualquier clase. Están untados con una mansedumbre irritante que los torna patéticamente conformistas. Se amigan con las carencias reinantes y se animan a ser felices. La madre buenuda prepara arroz con leche y tortas kilométricas que se queman mientras teje pantuflas en punto santa clara. Ella no lee, ni pinta, ni se tiñe el pelo. El papá es abogado y defiende casos enfundado en trajes que nunca fueron a la tintorería. La hija mayor cree estar a la moda porque usa vincha. El segundo es bastante lindo pero los pelos que le crecieron en las piernas son largos y lacios, y tiene una barba indecisa y blanda que lo vuelve deprimente.

La estética de los buenudos es exasperante. Es un recordatorio constante del agobio y la incapacidad para vivir en la belleza.
A los buenudos los becan en todas partes y los curas y las monjas los ponen como ejemplo. Heredan inscripciones a clubes de primera línea y conviven con sus agrios bártulos multicolores que incluyen bolsas de supermercado y de Cacharel, entre gente que gasta más en alimento y spas para sus mascotas, que ellos en comida. Van al club de la mañana a la noche y usan todas las instalaciones. Almuerzan sandwiches de paté en pan francés, toman agua de la canilla, de postre bananas pasadas con olor a rancio y nadie se queja.
Los buenudos también van a la playa. Les prestan casas los primeros días de diciembre o en la segunda quincena de febrero. Muchos buenudos no se broncean. Se ponen de color rosa y se descascaran hasta el último día. Usan barrenadores de telgopor, juegan al tejo y a la paleta pero nunca paran al heladero. Los más chicos hacen pozos y cuando se enojan, se tiran arena húmeda en la cara y lloran abriendo mucho la boca. Se secan al sol sobre lonas azules y rojas de flecos descocidos, estampadas con sogas y barquitos, los hombros embadurnados en Sapolán.
El padre sale a caminar con alguno por la orilla y le cuenta una película de Chevy Chase que vio en los ochenta. La madre duerme al menor debajo de una sombrilla enclenque y lo cubre con un par de toallas finitas, rayadas y desteñidas.
Cuando van a un casamiento los buenudos usan trajes y vestidos prestados. Ellos, mangas demasiado largas, puños arrugados, sacos ceñidos, cuellos de camisa blandos y corbatas que fueron anudadas hasta la eternidad. Ellas, tacos arratonados, accesorios de strass mal engarzados, flores de mercería lívidas y mustias en el pelo o en los escotes y exceso de clips en los peinados caseros.
Los buenudos tienen casas donde pasar la franela no un hábito. Por lo que sobre sus muebles descansa una gruesa e intricada capa de polvo, rellena de pelusas, pelos de todos ellos y de sus animales. Los colchones de los mayores huelen a humedad y los de los menores a pis. Sus sábanas de pocos hilos están plagadas de bolitas. En el baño más toallas corroídas, percudidas y ásperas. Jabones con grietas negras y olor a nada. Cortinas de baño decoradas con hongos y alfombritas recolectoras de mugre.
Si se les muere alguien, los buenudos practican la aceptación, consuelan a terceros y arman santuarios de papas y beatos iluminados por velas mortecinas y hacen cadenas de oración.
Cada tanto un pariente pudiente les regala algo descomunal como una televisión plana de cincuenta pulgadas que no condice con el contexto raído, mal iluminado y que todos a la vez, miran, admiran, rodean y festejan como una familia de monos.


miércoles, 22 de abril de 2009

ESTO NO SE DICE, DE ESTO NO SE HABLA


Específicamente nunca me dijeron que no podía de decir que los pies inmundos son inmundos. Mi madre vigilaba mucho más mis acciones que mis pensamientos. No te comas los mocos, no metas los dedos adentro del puré, no hagas burbujas de baba, no muerdas los botones del saco.

Más que ninguna otra parte visible del cuerpo, los pies feos me provocaban arcadas. Y una especie de fascinación lindante con la tortura, debo reconocer. Bocas con dientes deformes, lenguas verdes y verrugas con pelos a su alrededor, ocupaban el segundo lugar en una escala de clasificación de cosas horripilantes que nunca encontró tangibilidad en ningún tipo de lenguaje hablado o escrito. Eran cosas que pensaba y que claramente yo identificaba como inconfesables. Como un raro crimen que yo sola sabía que había cometido.
Pensaba. Pensaba cosas feas y oscuras. Pensaba sentencias que, al no poder decir, iba guardando, una a una, sobre los estantes de un raro mueble de mi mente al que denominé la pensoteca.

sábado, 18 de abril de 2009

PARA VELAR BIEN A MAMÁ


Tenía nueve años y estaba en la cocina completando mi tarea con la ayuda del Manual del Alumno Bonaerense. Mamá me preguntó cuánto me faltaba y me pidió que no dejara rulitos de goma de borrar, ni las virutas de los lápices de colores sobre la mesa. “Cuando termines limpiá todo y vení a mi cuarto que te tengo que decir algo”
Yo disfrutaba haciendo los deberes. Mientras pintaba los dibujos en mi cuaderno Lancero, paseaba la lengua de un lado al otro de mi labio inferior, canturreaba canciones de la Novicia Rebelde y perdía la noción del tiempo. Uno a uno pintaba los trajes de los granaderos con un lápiz color azul ultramar. Lo hacía con dedicación, trazos parejos, perfectos, casi obsesivos. Después de repasar por última vez el pretérito pluscuamperfecto del verbo correr, pasé el escobillón, el trapo de rejilla por el hule estampado y guardé la cartuchera, los cuadernos y el manual dentro de mi valija de cuero marrón. Antes de cerrar las hebillas, la olía inspirando profundo en su interior con los ojos cerrados. Es que ese olor, aunque dulzón y algo deprimente, mezcla de crayón, recortes de la revista Anteojito, libro de texto y basura de sacapuntas, me hacía sentir bien. No sé porqué. Después, me subí a los patines de frazada escocesa que me esperaban en el límite entre los mosaicos y el parquet de roble americano, y jugando a ser una patinadora profesional, crucé el comedor y el living para así llegar al cuarto de mamá, ahora canturreando, Chim chim cher-ee, otra de mis canciones preferidas, en este caso de Mary Poppins. Ella estaba leyendo el Readers Digest recostada sobre la cama, la colcha Pallette blanca replegada sobre sus pies, porque había empezado a hacer frío, y los anteojos con marcos de carey apoyados a mitad de la nariz.

Primera parte


viernes, 17 de abril de 2009

Próximos Capítulos de: MAMÁ, MAMÁ ME PICA LA COLA y otras anécdotas aberrantes

1. No camines encorvada, querés.
2. Esto no se lo cuentes a nadie
3. Caja de ahorro, no. Frasco. Frasco.
4. Yo no quiero ser interesante, quiero ser linda.
5. La felicidad es ganarse el prode
6. Según mamá las remeras con tuercas no son de varón
7. Parecerse a Isadora Duncan es un elogio?
8. Helado? Vos creés que yo soy Rockefeller?

9. El Nesquik vs Vascolet
10. Los zorros grises y otras autoridades molestas.
12. Prohibido tener fiebre y vomitar fuera de la palangana.
13. Yo debería tener ojos verdes.
18. Para que querés crema de enjuague, si yo no uso?
19. Lustrar el desagüe con virulana y Odex después de bañarse.
20. Mamá era el sol de mi sistema solar
21. Mi deporte preferido era el suicidio
22. Tenía el pelo voluminoso pero no me parecía a Rita Hayworth
23. El famoso"Qué dirán"
24. La familia Telerín era mejor que la mía.
25. Abuelito dime tú.
26. Compremos Crespi para ayudar a Hugo Arana
27. Mamá? Porqué Lidia no come con nosotros en la mesa?
28. Decir nena está mal?
29. Prohibido aburrirse y pensar que no te quiero
30. Un tema taboo llamado "el asunto"
31. Sobre adaptación para sobrevivir.
32. Angustia letal.
33. El apéndice me lo sacaban a mí pero consolaban a mamá
34. Primero el huevo duro.
35. Era necesario ir hasta Río de Janeiro en auto?
36. Por favor, que estamos en Brasil!
37. Los juanetes y otras imperfecciones imperdonables
38. Tibia y peroné.
39. No pueden venir porque ensucian la casa!
40. No te preocupes. Con el vestido y las flores...
41. Papá Noel y otras mentiras nada inofensivas
42. Instrucciones para un velorio
43. Levis Strauss vs la modista de mamá.
45. Levitación, telequinesis y otras disciplinas de las que fui autodidacta.
46. Mamá abandona mi ortodoncia y a mí me quedan los fierros en los dientes.
47. Primer premio: un pato inflable.
48. Entre la Bossa Nova, Ray Conniff y Nat King Cole
49. El hechizo de la Reina de la Canción
50. Un licuado de Mary Poppins y la Novicia Rebelde
51. El bochorno de las piernas teñidas de azul
52. Más evidencias de mi procedencia extraterrestre




MAMÁ, MAMÁ, ME PICA LA COLA y otras anécdotas aberrantes.

Resulta que cuando tenía siete, me picaba mucho la cola. Así de simple. Yo me rascaba sin disimulo en cualquier lado. Me rascaba frente a mis compañeras de colegio, frente a mis vecinos, mis tíos y mis primos; me rascaba en los cumpleaños, en la sala de espera del dentista y en el vivero mientras esperaba que mamá terminara de comprar la media docena de copetes que durante la noche se habían devorado los caracoles. Y aunque hasta ese momento no había asistido a ningún entierro, seguramente si hubiese ido, me habría rascado también allí. Mamá tardó en percatarse de la rara costumbre que yo practicaba con total soltura y sin discriminación de público y espacio. Hasta que un día me rasqué frente al cura de la Parroquia San José. Habíamos ido por la tarde para donar toda mi ropa porque según mamá, de la noche a la mañana, me había convertido en un jastial. (Aún hoy es que sigo sin saber si el haberme convertido en un jastial fué algo positivo, negativo o meramente descriptivo). Mientras mamá le detallaba al cura que el contenido de la bolsa incluía vestidos de punto smock hechos a mano, algunas blusas con el cuello bordado y un vestido de comunión de plumetí francés que, aunque regalo de mi madrina, no era para nada de su agrado, yo jugaba a una rayuela imaginaria sobre las baldosas del patio de la parroquia y me rascaba la cola con especial placer y entusiasmo. Mientras las explicaciones de mamá se sucedían, el cura intercalaba miradas nerviosas entre ella y yo, sólo que a mí me miraba horrorizado y a mi madre le revoleaba los ojos como diciendo: “Señora, haga algo para que se detenga, en el nombre del Señor!” Fue más que espantoso. Porque mi rascado, que hasta ese instante había sido ingenuo, fresco, carente de malicia y proveedor de una extraña felicidad, de pronto se convirtió en un aberrante y oscuro pecado. Me sentí mala, fea, sucia e incomprendida. Al decodificar los gestos del padre Humberto, mamá gritó mi nombre de tal manera que los loros que anidaban en los eucaliptos detrás de la iglesia remontaron vuelo alborotados emitiendo chillidos de horror, y mi rayuela imaginaria se esfumó en un segundo y quedó transformada en puras baldosas. Su mirada mientras se iba acercando a mí, paso a paso, me asustó. Sentí la leve descarga eléctrica en la parte superior de la cabeza que sentía cada vez que mamá descubría alguna de mis travesuras, como el día en que descubrió que yo había escrito en carbón en las paredes de la chimenea una parte del poema del pez tejedor, desconociendo que eso estaba terminantemente prohibido
“Qué te creés que estás haciendo, asquerosa” dijo. Y me agarró del brazo, saludó al cura conmigo colgando de la axila y me arrastró hasta el auto diciendo “Qué vergüenza, por dios, qué vergüenza”
Una vez adentro del auto mamá amasó el volante con fuerza y respiró hondo sin mirarme. Después de una breve pausa en la que yo trataba de imaginar que qué era lo terrible que había hecho, empezó a hablar. A decirme que no me podía rascar de esa manera frente a la gente, que eso formaba parte de nuestra intimidad, que una cosa es rascarse un brazo o una oreja y otra muy distinta era rascarse…y aquí mi madre hizo OTRA pausa, como cuando me estaba contando algo e interrumpía para buscar las llaves del auto en el fondo de su cartera. Rascarse las partes, completó…” ¿Las partes? ¿Qué partes, mamá? Y ahí mi mamá se despachó con toda una explicación sobre las partes mostrables, las inmostrables, las rascables y las que no, el pudor, las buenas costumbres, los olores y el qué dirán.
De todo lo que dijo lo que más me confundió fue lo del "qué dirán" y lo único que me quedó más o menos claro fue que rascarse la cola en público era algo espantoso y absolutamente inaceptable
Ese día, frente a la parroquia de San José aprendí que el cuerpo, como todo en este mundo, tiene partes buenas y malas. Si hubiese nacido perro me podría lamer la cola y olérsela a mis amigos sin una madre que me acuse de asquerosa!

jueves, 16 de abril de 2009

DEMASIADAS PELÍCULAS DE VINCENT PRICE

Cuando era mentirosa le decía a mi mamá que no creía en dios.
Preguntaban quién había roto la sopera inglesa y le echaba la culpa a un gato. No teníamos gato.
Cuando era mala escondía las llaves de la casa y me divertía mientras buscaban en lugares impensados.
Aplastaba el pan lactal dentro de su envoltorio y tiraba anillos de oro a la basura.
Cuando era loca me ponía jabón en los ojos para llorar y así llamar la atención en clase. Me cortaba mechones de pelo y los ocultaba adentro de los libros.
Cuando era buena pensaba en comprarle una casa a cada habitante de la tierra. Y un almacén lleno de chocolatada y galletitas.
Cuando estaba triste me gustaba verme adentro de un cajón y una pila de gente llorando a mares a mí alrededor.
Cuando me ofendía me encerraba a inventar conjuros. A mi hermano menor le extraerían la mitad del cerebro y quedaría tonto por el resto de sus días. Mi compañera de asiento de tercero b sería devorada por pirañas dentro de su propia pileta. El mejor amigo de mi primo Tadeo se volvería pelirrojo.


Nada de esto es cierto. Es aún peor.

PERECEDERA SOY

A quién le gusta transpirar? A mí no. Claro que no puedo evitarlo. Camino rápido. La señora de los pies gordos ocupa demasiado espacio en la vereda, la esquivo, tiene olor a guiso, sigo, el hombre me ofrece un volante color rosa barato, grita, escupe, una mosca que me aturde, excremento de perro untado sobre las baldosas, una bocina que perfora, el policía obeso que no podría perseguir a ningún ladrón, sol a la derecha y a la izquierda, recalcitrante, gente que bulle, humos en la gama del gris, una chica linda se pierde entre el exceso de gente sin bañarse. Todo está tan sucio y yo cada vez más caliente, salada, defectuosa.
Me duele ser perecedera. Lo confirmo cuando sudo.

martes, 7 de abril de 2009

LA FELICIDAD, JA, JA, JA

No quiero ser feliz. Por momentos pareciera. Antes lo pensaba. Pero no. Esto me produce algún alivio. Me habría embarcado en una búsqueda infructuosa: la felicidad. Además, dudo poseer el instinto necesario para reconocerla.
Mi abuela decía que la felicidad tiene olor a auto nuevo. A mí el olor auto nuevo me marea.

viernes, 27 de marzo de 2009

jueves, 26 de marzo de 2009

PRÓXIMOS ESTRENOS

1. El día que casi me devora un casi tiburón.

2. Ser esquizofrénico es bastante sano.

3. La fábrica de las palabras no cerró.

4. Hace mucho tiempo que no lo conozco.

5. Tengo madre y otros defectos.

jueves, 12 de marzo de 2009

LA TEORÍA DEL BANQUITO

En vano trato de imaginar, cómo será ser hormiga negra,
y gato y lechuga mantecosa.
Levantar vuelo, nacer de un huevo silvestre, vivir en el agua,
perder el aguijón.
En vano trato y no lo consigo. Porque aunque imaginación
no me falta, aunque de tanta que tengo se me inflama la cabeza,
esta imaginación no es la adecuada.
La que necesito, es una que permita verme parada
sobre un banquito de madera pintado de azul, mirando.
Esta extraña experiencia. La mía.

UN OLMO QUE DA PERAS

Soy un olmo.
Y me piden peras
Y yo les doy
Para algunos, esto es maravilloso
Para otros, aberrante

Para mí que tengo que aprender a ser olmo.

domingo, 1 de marzo de 2009

UNA NIÑA MUY NORMAL (3)

Cuando yo era chica estaba prohibido aburrirse y pensar que tus padres no te querían.
Yo era desobediente. Y lo pensaba.
Es que mamá me decía cosas como…”no se te ocurra tener fiebre o si vomitás fuera de la palangana, te acogoto.
Nunca Nesquick, no. El que se disolvía instantáneamente en la leche entera La Martona. En casa compraban Vascolet. Este cacao era incompatible con la leche. Flotaba sobre el líquido y jamás se disolvía. Al intentar tomarlo yo me ahogaba con la nube de polvo volátil que se generaba dentro de mi garganta. Entonces tosía, escupía y ensuciaba el mantel de hule estampado con peras y ciruelas. Mamá me pegaba furiosa con el repasador a cuadros como hacía con las moscas y me mandaba a mi cuarto.
En primavera me obligaba a ir al colegio con medias can-can a pesar de que las temperaturas de la tarde a veces ascendían hasta los veintisiete grados.
Y me compraba remeras estampadas con tuercas y pijamas de algodón con dibujos de soldados medievales.
A mi me gustaban las de flores lilas con hojas verdes y unas que tenían vaquitas de San Antonio.

“¿Porqué, mamá, porqué remeras de G. I Joe?”

“El día que tengas tus australes te comprarás lo que querés, pero ahora hay que aprovechar las ofertas de mercería La Lucy”

Por todas éstas razones y otras peores que narraré en futuras entregas, es que yo pensaba que mi mamá, a mí, no me quería.

sábado, 14 de febrero de 2009

Y yo miré. Y no vi nada.

Mirá que si decís mentiras
Mirá que si mirás directo a los ojos
Mirá que si sos demasiado esto
y de aquello... ni hablar
porque no sólo hay que ser
Ay!

domingo, 1 de febrero de 2009

Palabras, palabras, palabras

Palabras que me gustan mucho:

Antioquía, abedul, galopar, frasco, crocante, dorotea, almizcle, esmerilado, pepino.

Palabras que me gustan bastante:

Pizarra, rana, alforza, plisado, canto, pan, grillo, sopa, estola.

Palabras que me gustan menos:

Día, ropero, estaño, crudo, sapo, joroba, fleco, carisma.

Palabras que no me gustan:

Larva, dedo, cuña, freno, doble, ficha, chasco, seno, inodoro, flema, tosca, moco, ancha, esbelta, chata.

Palabras que no me gustan nada:

Estado, alelí, hermoso, mansión, volante, remo, chomba, rasca, traga, sonsaca, bocha, lleno, todo.

Mi palabra preferida:

Albóndiga

Tengo una gata que por dos horas se llamó, Albóndiga. Luego vino la censura.
Y como una estúpida, le abrí.

Ahora mi gata se llama Miranda.

domingo, 11 de enero de 2009

PROBLEMAS METAFISICOS

Demasiadas imágenes de culos, tetas, cinturas endemonidamente efímeras, músculos esculturales, quijadas reclacitrantes, ojos rimbombantes, pestañas kilométricas, cejas y orejas perfectamente intrincadas, narices esculpidas, bocas exhultantes, pieles tirantes, pómulos brillantes...meta físico, meta físico, meta físico.

Tengo problemas