sábado, 11 de julio de 2009

DIOS SI ME ESTÁS ESCUCHANDO MOVÉ LA LÁMPARA

De un día para otro pasé de ser una niña común y silvestre a ser una niña católica. Así por lo menos lo tengo registrado en mi memoria. Como si un lunes me hubiese dedicado a fabricar papel picado, a saltar a la soga, a ver pasar las nubes tirada panza arriba sobre el pasto y al día siguiente me hubiese convertido en alguien diferente. Alguien que pensaba que esas nubes, los bichos canasto, el verdulero y, ella misma, habían sido todos creados por un dios.
La idea de dios la entendí enseguida. Había alguien que sabía hacer hormigas y ese alguien no era humano. Los humanos podíamos fabricar bidets, teléfonos, panderetas y aviones, pero ningún humano tenía la capacidad de crear vida de la nada. Y aunque a mi igualmente me parecía que los que habían inventado la televisión y el teléfono eran casi dioses, la idea de un ser capaz de crear todo el universo empezó a fascinarme. Tanto que pensar en él se transformó en mi pasatiempo preferido.
Una de las cosas que más me divertía, era clasificar y hacer comparaciones entre sus creaciones. Dios había creado a los tábanos y a la luna, a Cleopatra y a mi tío Cacho, a Doris Day y a mí.
Otra cosa muy conveniente acerca de dios es que le podías pedir cualquier cosa. Al menos eso entendí yo. Lo primero que le pedí fue que cambiara el color de mis ojos. Siempre pensé que haber venido al mundo con un par de ojos marrones había sido un error. Yo había nacido para tener ojos verdes....

No hay comentarios: