martes, 17 de noviembre de 2009

QUE LOS CUMPLAS FELIZ

Año tras año repito el mismo rito agobiada por el peso de la superstición. Una torta ardiente sostenida por alguien supuestamente querido y cercano. Mi marido Bruno, o por Laura, una amiga de la infancia que no me atrevo a cambiar y a quien hoy sólo me une el recuerdo de una Rodhesia compartida en un recreo de tercer grado. Manos anónimas apagan las luces, cuchicheo previo. Y mi actuación casi grotesca de la sorpresa al ver la torta cubierta con un merengue baboso y amarillento. Un desgano indisimulable que oculto tras una sonrisa estirada por demás. Y el pedido unánime del grupete caprichoso que me rodea: faltan los deseos, vamos, vaaaamoooos! A pedir los tres deseos. Irma la vecina del quinto B, la que me presta la batidora y que escupe con cada pe que pronuncia; la abuela Delia, una vieja de ochenta y nueve que desde que dejé los pañales me regala bombachas de algodón estampadas. Una madre sobreactuada, una suegra de manual y Natalia, una compañera de oficina a quien la primera vez invité por error. Ahora cree que somos íntimas y para demostrarlo me trae un tiramisú incomible que prepara con café Dolca.
Todos cantan y, aunque no necesariamente desafinan, la canción sale mal. Por falta de ensayo nadie sabe exactamente con qué completar la línea punteada donde va mi nombre: “que los cumpla…Clemencia….que los cumplaaaa…Clemencita…..que los cumpla….Clemen… “ Todos rellenan el espacio con alguna versión de mi nombre adjudicándose íntimamente diferentes grados de relación!
Nunca puedo concentrarme lo suficiente en el ritual de los deseos. Que son tres. Porque sí. Porque es más mágico. Las velas arden desproporcionadas e iluminan la escena. Nunca falta alguien que apura. ¡Dale! O un amigo que hace un chiste indeseable aprovechando al público advenedizo para sentirse gracioso e inteligente. Todos braman, todos apuran. Parece ser que el rito les incomoda a todos. Aunque argumenten que el apuro es para evitar el chorreado de las velas rosa fosforescente sobre la torta Exquisita. Entonces uno debe pensar tres cosas con fuerza. Frunzo el ceño, elevo uno a uno los dedos de la mano… primero el pulgar, después el índice y finalmente el mayor, y soplo el velamen sin haber pensado nada. Últimamente me he refinado; no sólo no pienso nada sino que a veces deseo cosas muy concretas, que bien podrían ocurrir sin tanta divina intervención: que la cuenta del teléfono no supere los trescientos pesos, que florezca la Bignonia, que una ola de frío polar mate al mosquito del dengue.¿Un desperdicio? Suena más coherente que pedir paz en el mundo, el desarme mundial, amor en general, o el Martín Fierro a mejor actriz de reparto. La tortura recién empieza. Falta abrir los regalos. Ninguno de los presentes se concentró más de cinco minutos para elegirlo. Todos me regalan cosas que ellos leerían, se pondrían o con las que decorarían un rincón vacío de sus casas. Pero lejos están de ser cosas que querría que se salven después de una explosión.
Mmmmmm…gracias por las bombachas tiro alto, abuela! Y este año con dibujitos geométricos… se re usa.
“Consejos para una vida plena” .Uy, muchas gracias. La del libro fuiste vos, no, Nati? Claro que te lo presto! Querés llevártelo ahora?
Si, ya sé, Bruno. Ya vi el cartelito de “vale por el anillo que quieras” pegado con jabón en el espejo del baño.
¿Un curso de moldeado con porcelana fría? Irma, gracias! Después podés vender los duendes que fabrique en la feria de la Plaza Falucho, donde tenés el puestito, no?
Mamá! Una cartera imitación reptil! Si! Ya veo. La correa es ajustable, yupiii! Y está forrada en composé. Cuántos compartimentos!
Gracias. Gracias a todos por haber venido. Y ahora, si me lo permiten, voy a saltar por el balcón.

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