sábado, 29 de noviembre de 2008

ELLAS ME OBLIGAN

Las chicharras me obligan a odiarlas. Es por ese chillido insoportable que perfora mi paz. Y el calor que celebran con sus vibraciones dementes sabiendo cuánto lo detesto. Amo odiar el jugo del verano. El febril manto que me envuelve y se pega a mi piel a pesar de mi obsesión por arrancarlo con una esponja de cocina. Y el agua que nunca alcanza a ser suficiente, ni fría. Quiero escapar de este vaho pegajoso que me persigue y me abraza como un chico sucio enamorado de mi.
Me raspo los brazos y el cuello y la cara y los huecos donde se acumula el calor.
Maldigo el clima de fuego que gimen las chicharras. Me declaro inocente de tal vez mañana aniquilarlas a todas.

sábado, 22 de noviembre de 2008

EN BUSCA DEL ASOMBRO PERDIDO. Primer entrega

Antunes salió de su casa de la calle Cambaceres 148, timbre A, con prisa. Una prisa inquietante. Como el tipo de urgencia que se tiene al llevar al insolente de la clase hasta la oficina de la directora. De una oreja y con los pies en punta. Como volando.
Antunes era un hombre de pocas palabras, pocas pulgas y pocas luces. Sus días transcurrían uno tras otro, monótonos, sedientos de algún sano sobresalto.Vivía solo con su gato y un escobillón con el que hablaba cuando barría el patio. Su madre y sus dos hermanos habían muerto en un fatal accidente al cruzar la vía cuando él tenía diez. Una vaca cayó de un camión jaula y los aplastó. De su padre, sólo silencio y cejas arqueadas. Después del triple entierro Antunes se fue a vivir con su tía Dora. Costurera, soprano y chupa cirios. Antunes duró poco con ella. El timbre de voz de Dora y su afición al acordeón tuvieron funestas consecuencias en un muchacho hermético y con sensibilidad en el conducto auditivo izquierdo. A los pocos días de haberse fugado lo encontraron comiendo raíces en un campito cercano. No hubo forma de convencerlo de que volviera con la tía acordeonista, devota de San José de Cupertino. El cura párroco lo albergó hasta los veintiuno, edad en la que cobró la herencia materna con la que compró la casita de la calle Cambaceres.
Antunes cruzó la Avenida Bruselas sin mirar. Un taxi con un par de monjas alemanas adentro por poco lo atropella. “Porqué no mirás cuando cruzás, mamerto”. Ese era el primer nombre de Antunes. Francisco era el segundo. Antunes saludó al taxista confundido. “De dónde me conoce” se preguntó. Revisó el bolsillo trasero de su pantalón sin dejar de caminar: Evaristo Calcagno 2034, primer piso. El empleado del correo le había dicho por teléfono que cerraban a las seis. La señorita del sector de entregas especiales sólo le dijo que era una caja verde, chica, atada con hilo sisal y lacre en el moño . Eran las seis menos cuarto y le quedaban diez cuadras por caminar y una avenida por cruzar.

Sobrevivirá Mamerto Francisco Antunes al cruce de la Avenida Alcaraz?

Llegará a tiempo para retirar la misteriosa caja verde que el correo se negó a entregar en su domicilio?

Continuará

viernes, 21 de noviembre de 2008

UNA NIÑA MUY NORMAL (1)

Tuve una infancia bastante rara. En casa había una televisión Atma y una plancha Siam di Tella. Nunca viajábamos en taxi, pero de haberlo hecho, supongo que la marca del auto hubiera sido Eslabón de Lujo. No teníamos secador de pelo por lo que en invierno secaba mi larga melena rubia con el calor de la chimenea. Un día de junio el fuego chisporroteó más de la cuenta y me prendí fuego. Me apagaron con el agua de un florero chino y un vaso de Paso de los Toros.
Mi madre alegaba ser vegetariana. Aunque comía milanesas de peceto porque decía que la carne disfrazada no le daba impresión. En verano nunca accedían a comprarme helados. Yo insistía. Me trepaba al portón del frente de la casa a esperar el pedaleo cansino del heladero y su agónico cantito: “Helado, helado. Helados Noel, helados". Apenas lo detectaba a lo lejos, salía corriendo para localizar a mi mamá. Generalmente estaba en su cuarto leyendo el Reader´s Digest. Me ubicaba debajo de su ventana, al lado del azarero, y le daba una serenata: “Helado, helado. Helados Noel, helados”. Ella escuchaba hasta el final para luego decir: “No hinchés más, querés. Ya te dije que no”. Y me mandaba a hacer tortitas de barro mezcladas con las zanahorias mustias del cajón de las verduras. Pero un buen día ocurrió un milagro. Cuando estaba por cumplir ocho años me caí del tobogán más alto del colegio y me torcí la pierna derecha. Rengueaba. Mis padres dijeron que era una teatrera. Que Greta Garbo, al lado mío, era un poroto. Que si Fellini venía a la Argentina, tal cosa, que si Andrea del Boca necesitaba un reemplazo, tal otra. Al día siguiente mi pierna había triplicado su tamaño. Se parecía a la del muñeco de la publicidad de los neumáticos Michelín. Las comparaciones enmudecieron. Me llevaron al hospital y después de algunas radiografías el médico diagnosticó una fractura doble. Tibia y peroné. Me fabricaron una bota de yeso sobre la que el traumatólogo escribió: "Para la nena más linda, del Doctor Noel". Milagrosa coincidencia. Ese día me compraron un helado de dos pisos de vainilla y chocolate.

Continuará

jueves, 20 de noviembre de 2008

SOLAMENTE PELOTUDO

No digo malas palabras. Pero no se trata de un síntoma de buena educación. No. No las digo porque soy cobarde. Tal vez no coincidan conmigo en creer que decir “puta carajo” requiera de valentía. De valentía y de un tipo particular de personalidad. Yo tengo el coraje del tamaño de un: "andate a la miércoles", "la pucha digo", "pedazo de tarado", "a la conferencia", "qué hijo de mil", "la punta del obelisco", "la re mil puchas".
A algunas personas decir malas palabras les queda bien, y a otras, sencillamente no. Como los pantalones de tiro alto. Convengamos que no todo el mundo puede pasearse por la vida con un par de botas de charol, un turbante, un traje color salmón o un chambergo. De la misma manera, decir malas palabras, tampoco es para cualquiera. Detrás del puteador debe existir una personalidad contundente, espesa y auténtica.
Mi personalidad se alía más con palabras como guacho, papafrita, mongui, tarado, chanta, gil. La más subida de tono de mi repertorio es: enfermo. Hay que tener agallas para decir "bólido" en una pizzería entre un grupo de amigos fans de los Red Hot Chili Peppers o de Metálica. En mi opinión el inexperto, el auténtico de mentira, que con una personalidad de morondanga sale a decir malas palabras haciéndose el vivaracho, es un invento. Un mequetrefe insolente. Patético y gris. Gris clarito. Un usurpador de estilos. Un imitador de cuarta de Luis Miguel y el Paz Martínez. Y a mí la falta de autenticidad me aterra. Me indigna. Me paraliza, me hace castañetear los dientes y erizar los pelos de la nuca. Tal vez eso explique por qué, la única mala palabra con la que me identifico y, por tal motivo, me atreva a pronunciar sea: Pelotudo.
Pelotudo me hace bien. Me va, me pega, me refleja. Es como una explosión en la boca que me hace cosquillas. Pelotudo tiene burbujas, es simpática, disparatada, efervescente.

Bonus Track

Variantes de pelotudo que practico:

Qué pelotudo
Pedazo de pelotudo
Más pelotudo que las palomas
Pelotudo, pelotudo, enfermo, pelotudo, pelotudo

Si. Como una ametralladora desbocada. Esta última secuencia la utilizo cuando manejo en la panamericana a 140, por ejemplo, y un BMW negro con vidrios polarizados negros y un conductor con anteojos negros y enfundado en pantalones y remera negra, se ubica a 15 centímetros de mi auto y pretende pulverizarme con sus luces de plutonio incandescente para convencerme de que cambie de carril, cosa que no era necesario hacer con semejante actitud de boina verde. Esto lo sabe hasta un pelotudo de miércoles.

miércoles, 19 de noviembre de 2008

EL DICCIONARIO NO SABIA NADA DE NADA

Le dije como mil veces a mi madre que no le había pedido nacer. Se lo gritaba cuando me sacudía por jugar demasiado con las borlas de los almohadones. O cuando me retaba por dejar una estela de migas de pan de centeno en el pasillo, o por arrancar las flores del cerco de bignonias. Nadie sabía que corría a esconderme para olerlas en un intento por trasponer nuestras diferencias.
Ella, flor. De cáliz acampanado y hojas con folíolos oblongos, aserrados, pubescentes, al menos en el nervio medio del envés. Flor, de inflorescencias en panículas terminales, en los tallos nuevos. Flor, de corola tubular, amarillenta en su interior, con el tubo de color anaranjado pálido y el limbo escarlata.
Yo, niña. Según el diccionario de la Real Academia Española, apenas un ser que está en la niñez, que tiene pocos años, poca experiencia. Y eso, comparado con la descripción de la bignonia, es la confesión aterradora de que acerca de mí, no sabían nada en absoluto.

EXTRAÑO EL BOLETIN DEL COLEGIO

Cuando iba al colegio lo que más me gustaba del boletín era que hablaba de mí.
Las maestras en sus casas tenían que imaginarme, chequear mis trabajos para después elaborar una opinión, un comentario. Se veían obligadas a expresar lo que pensaban aunque más no fuese a través de un rasposo siete.
Lo extraño. Hoy ya nadie me entrega un boletín de calificaciones para enterarme cómo me está yendo en la vida. Tengo que arreglármelas con mis habilidades para decodificar.
Un revoleo de ojos parece significar que soy una pesada o que dije una estupidez.
Ahora estoy catalogando el “cómo me hacés reír, pavota”, el “se te fue la mano con la sal”, “siempre hablaste tanto?”, “deberías hacer yoga”, “me encantan tus collares” y el “¿A qué sos de virgo?”
Traducido a notas sería algo así...

Revoleo de ojos: 5 en Discreción
Me hacés reír: 9 en Humor
Siempre hablaste tanto : 3 en Síntesis
Me encantan tus collares: 10, en Estética
Deberías hacer yoga: 4 en Relajación
A que sos de virgo?; Nota de concepto: Aplicada, prolija y femenina.

Me pregunto cómo andaré en Coherencia y en Entusiasmo?

De una cosa estoy segura. Disimulo me la llevo a marzo.

LA REPUBLICA DE MORONDANGA

La República de Morondanga está llena de cosas y de personas de todo tipo, tamaño y sabor.
Hay abogados de morondanga, presidentes, ensaladitas, enchufes, croquetas, empleaduchos, escritores y toda clase de artefactos, todos, todos, nacidos y criados allí.
En una oportunidad tuve el displacer de conocer a un profesor proveniente de esta funesta república. Enseñaba desapasionadamente. No amaba ni a la literatura ni a su canario. Creo que tampoco a su madre y si hubiese tenido mujer e hijos tampoco los amaría. Tenía caspa y dudo que conociera el término sarro. Tal vez en Morondanga sea una buena costumbre acumularlo entre los dientes. Su nombre era Constancio Alderete. Yo lo bauticé Constantemente Aldope.
Hay sólo una línea aérea que llega hasta Morondanga. No hay vuelos hasta febrero.

COLOR, COLOR...

Mi madre no conocía los colores. Al menos no usaba los nombres que aparecían en mi caja de lápices Faber Castells. Rojo, amarillo, verde, azul, rosa, celeste. No. Ella tenía un vestido color herrumbre y un pañuelo de gasa color azafrán.
Alcanzame la pollera chocolate rallado, no me gustan las bufandas color heliotropo. Mi madre me contaba que a una amiga de su infancia le brillaba el color celeste patito. Que su prima hermana Lourdes odiaba el color laurel y que su novio le rogaba se pusiera esa blusa color azufre. Malva, azul bandera, té de Ceylon, magnolia, acero, yema de huevo, petunia, cemento fresco.
Mi madre tenía los ojos del color del tiempo.
Ya vuelvo. Mi mantel color pistacho se acaba de volar de la soga.

UNA VAGA IDEA DE QUIÉN

Quién soy. Para ayudarme a averiguarlo cosieron a mi cuerpo un nombre. No me alcanza. Mi padre me contó que me resistí más de lo normal a someterme a él. Parece que no podía relacionar los labios ondulándose al pronunciarlo con algo que me perteneciera . La palabra me fue ajena por un tiempo prudencial. Luego de taladrarlo en mis oídos con constancia, lograron que acudiera a los llamados. Después del aterrizaje entre los de mi especie, entendí con alguna parte de mi, que eso que repetían cuando me miraban, en todos los tonos y músicas que sus voces podían componer, era un nombre.
Como tetera, tronco, nube, silla, piedra.
Representaba algo con lo que estaba obligada a identificarme. Algo que me envolvía de pies a cabeza sin revelar mi relleno invisible. Necesario para retener mi condición sólida sobre el mundo. clemencia, Clemencia? Clemencia!
Así ocurrió con Miranda. Al principio era indiferente. Luego de perforar su sueño felino con la palabra críptica como lo hicieron conmigo, logré atrapar su atención. Ahora cuando la llamo, enfoca sus orejas triangulares, entrecierra los ojos de pupilas verticales y se acerca. Deja suspendido su mundo de gato sobre una rama. Somos parecidas Miranda y yo. Nos adaptamos. Pero no somos eso a lo que nos amoldamos.
Quién soy. Mi pensamiento más nuevo se ensucia con la incertidumbre de no saber. Quién soy. Quién compró café, quién se hamacó para tocar el cielo con los pies, quién escucha detrás de las puertas, quién levantó el diario dell piso, quién le gritó imbécil al que tiró una lata por la ventana.
Ya no tengo ganas de doblegar la voluntad para negar. Necesito soltar la mordaza. Porque ha crecido más de lo deseado. Ya los ojos se me salen de las órbitas y la bóveda del cráneo me duele tanto. Por no saber quién soy.
La incertidumbre se acomoda en la boca. Cada vez que pronuncio la nefasta combinación de palabras mi lengua se corroe un poco más. Quién soy.
Yo que me jacto de una originalidad pasmosa, reconozco que no soy nada más que otra. Igual a las otras. Salada, líquida, proclive a morir lejos de la masa que me obligó al origen. Sin saberme gota. Debo aceptar con un tipo de humildad que nunca practico, que lo único que se, es que me resulta fácil y placentero plasmar lo que esta gota siente. Pero sentir y ser. Y tener. Cuál es la diferencia. Tener un defecto. Ser un defecto. Pareciera que la razón me sirviese para distinguir entre esas palabras quilla. Virtudes, defectos. Unas me elevan hasta navegar el cielo. Las otras encallan infiernos en mi cabeza. Pero todo ocurre tan rápido qué no llego a discernir cual es cual.
Quién soy. En ocasiones presiento la amenaza de no saber, entonces me duermo, o me callo, o me retiro aceleradamente en pos de una cita inventada cerca de la estación. Hasta saludo con un beso antes de partir.
No sé naufragar. Pero son tantas las veces que pierdo la orientación y el control del barco que estaba siendo. O haciendo, o pensando. Y quiero morir, o matar a mi madre, o llorar hasta escurrirme entre las baldosas. Correr hasta al paraíso de donde dicen que vine, y hundirme hasta apoyar mis pies en el fondo de este misterio. Quién seré.
Un blanco para esas invasiones momentáneas y certeras que se llaman emociones. Tal vez. O todo lo que ellas me insinúan y me dictan. Pareciera que lo único estable es ese vaivén. Van y vienen. Sólo puedo saberlas nómades. Y visualizar sus matices. Tonos acerados cuando la que visita es la ofensa; alquitranadas cuando lo que obnubila la visión es el arrebato de la furia, claras, casi traslúcidas cuando el cuerpo y el alma nadan en un líquido que podría llamarse felicidad.
Casi siempre se imprimen en forma de arrebatos. La última produjo un retraso imperdonable. Perdí un tren conmovida por un insecto atrapado en un farol. Uno de esos bichos que generalmente despego con asco de la suela de mis zapatos, hoy me hizo llorar.

martes, 18 de noviembre de 2008

MICRORELATOS. O relatos que se me ocurren mientras viajo en micro.


UNA HISTORIA AL LIMITE

Límite y Limitado salieron a delimitar.

Limitado se ahogó, ¿quién quedó?

Límite.

Bueno, si me lo pedís así...

CALESITA

Me quiero bajar.

¿Está mareada, señora?

No. Estoy harta de no atrapar la sortija.

lunes, 17 de noviembre de 2008

RESPUESTA DESPROPORCIONADA

¿Estas cansada?, me preguntó.
Como todos. Narices, ojos, bocas. ¿No es suficiente? Transpirar, aplaudir, reaccionar con piel de gallina frente a los cambios bruscos de temperatura. Detestar la humedad, ser terrena, congénere, coetánea, de sangre caliente. Figurar sin consentimiento en millares de categorías.
Qué si estoy cansada? De encajar estática en las definiciones de los diccionarios. De pertenecer a la especie, repitiendo los ánimos, las conglomeraciones, los gestos, las tragedias, los juicios, la reproducción. Existir hora tras hora atraída al suelo obedeciendo a una fuerza más fuerte que el propio deseo.
Cansada, cansada. Qué pregunta.
Compartir el planeta, la luna, el tiempo, el mar, la respiración, la sed. Presenciar la catástrofe ineludible de no ser oruga.
Reflejar un color dentro del espectro. Ser adjetivo, sustantivo, nación, barrio, zodíaco, clase, edad, género, mezcla, españolabrasilera vascaitalianaargentina, grandota, pueril, incoherente, cruel, rara.
Sentir debajo de la frente la indigna condición de ser una más. Cumplir la condena de las palabras heredadas, la imposibilidad de interactuar con las hormigas, de anidar bajo el cielo, de evaporarme y aglutinada, precipitarme como una guerra de granizo.
Cansada, tan cansada. De la amargura de no comprender el idioma de los árboles ni de los escarabajos. De recorrer el calvario cotidiano de ser réplica de algún mito. De morir atropellada a cada instante por un progreso destripador del asombro. De invocar con vehemencia tenazas, plumas, pinzas, garras y al final del día contemplar apenas un par de manos.
Impotente. Encontrarme a cada rato huyendo hacia adelante, desertora de la evolución.
Cansada? Estoy exhausta. Quiero devolver el primer aliento. Escupir los dientes y las uñas.
Borrar de mi memoria el ombligo y hacer realidad el deseo de poseer alas a la altura de los brazos y branquias a la de los pulmones.
Cansada, cansada, tan cansada. De no ser espontánea, nueva fresca. De no poseer las virtudes del metal líquido.
Quiero interpretar al símbolo desconocido y hospedarme en algún espacio vacío dentro de la tabla periódica de los elementos.
Emigrar de los estados y los planos a mi antojo. Pródiga de dimensiones, quiero rayar la existencia como una saeta.
Qué si estoy cansada, me preguntó.

SAPO DE OTRO POZO

La vida puede ser un lugar incómodo. Calzar treinta y nueve y meter los pies dentro en un par de botas de oferta número treinta y ocho, un corpiño sin breteles que aplasta los tetas tanto o más que el aparato para hacer mamografías, una cita a ciegas con un candidato que usa traje marrón, una hoja de orégano atrapada entre los dientes durante todo el tiempo que dura una entrevista, un viaje de media hora en auto con una fan de Arjona, una fiesta de largo y un vestido corto.
De las cuarenta rotaciones terrestres que llevo recorridas, en no menos de treinta y dos, me he sentido como sapo de otro pozo.