sábado, 6 de marzo de 2010

OBJETOS PERDIDOS

PRIMER ENTREGA

Antunes salió de su casa de la calle Cambaceres 148, timbre A, con prisa. Una prisa inquietante. Como el tipo de urgencia que se tiene al llevar al insolente de la clase hasta la oficina de la directora. De una oreja y con los pies en punta. Como volando.
Antunes era un hombre de pocas palabras, pocas pulgas y pocas luces. Sus días transcurrían uno tras otro, monótonos, sedientos de algún sano sobresalto.Vivía solo con su gato y un escobillón con el que hablaba cuando barría el patio. Su madre y sus dos hermanos habían muerto en un fatal accidente al cruzar la vía cuando él tenía diez. Una vaca cayó de un camión jaula y los aplastó. De su padre, sólo silencio y cejas arqueadas. Después del triple entierro Antunes se fue a vivir con su tía Dora. Costurera, soprano y chupa cirios. Antunes duró poco con ella. El timbre de voz de Dora y su afición al acordeón tuvieron funestas consecuencias en un muchacho hermético y con sensibilidad en el conducto auditivo izquierdo. A los pocos días de haberse fugado lo encontraron comiendo raíces en un campito cercano. No hubo forma de convencerlo de que volviera con la tía acordeonista, devota de San José de Cupertino. El cura párroco lo albergó hasta los veintiuno, edad en la que cobró la herencia materna con la que compró la casita de la calle Cambaceres.
Antunes cruzó la Avenida Bruselas sin mirar. Un taxi con un par de monjas alemanas adentro por poco lo atropella. “Porqué no mirás cuando cruzás, mamerto”. Ese era el primer nombre de Antunes. Francisco era el segundo. Antunes saludó al taxista confundido. “De dónde me conoce” se preguntó. Revisó el bolsillo trasero de su pantalón sin dejar de caminar: Evaristo Calcagno 2034, primer piso. El empleado del correo le había dicho por teléfono que cerraban a las seis. La señorita del sector de entregas especiales sólo le dijo que era una caja verde, chica, atada con hilo sisal y lacre en el moño . Eran las seis menos cuarto y le quedaban diez cuadras por caminar y una avenida por cruzar.

Sobrevivirá Mamerto Francisco Antunes al cruce de la Avenida Alcaraz?

Llegará a tiempo para retirar la misteriosa caja verde que el correo se negó a entregar en su domicilio?

Continuará

En Busca del Asombro Perdido

SÁBADO 22 DE NOVIEMBRE DE 2008

EN BUSCA DEL ASOMBRO PERDIDO. Primer entrega
Antunes salió de su casa de la calle Cambaceres 148, timbre A, con prisa. Una prisa inquietante. Como el tipo de urgencia que se tiene al llevar al insolente de la clase hasta la oficina de la directora. De una oreja y con los pies en punta. Como volando.
Antunes era un hombre de pocas palabras, pocas pulgas y pocas luces. Sus días transcurrían uno tras otro, monótonos, sedientos de algún sano sobresalto.Vivía solo con su gato y un escobillón con el que hablaba cuando barría el patio. Su madre y sus dos hermanos habían muerto en un fatal accidente al cruzar la vía cuando él tenía diez. Una vaca cayó de un camión jaula y los aplastó. De su padre, sólo silencio y cejas arqueadas. Después del triple entierro Antunes se fue a vivir con su tía Dora. Costurera, soprano y chupa cirios. Antunes duró poco con ella. El timbre de voz de Dora y su afición al acordeón tuvieron funestas consecuencias en un muchacho hermético y con sensibilidad en el conducto auditivo izquierdo. A los pocos días de haberse fugado lo encontraron comiendo raíces en un campito cercano. No hubo forma de convencerlo de que volviera con la tía acordeonista, devota de San José de Cupertino. El cura párroco lo albergó hasta los veintiuno, edad en la que cobró la herencia materna con la que compró la casita de la calle Cambaceres.
Antunes cruzó la Avenida Bruselas sin mirar. Un taxi con un par de monjas alemanas adentro por poco lo atropella. “Porqué no mirás cuando cruzás, mamerto”. Ese era el primer nombre de Antunes. Francisco era el segundo. Antunes saludó al taxista confundido. “De dónde me conoce” se preguntó. Revisó el bolsillo trasero de su pantalón sin dejar de caminar: Evaristo Calcagno 2034, primer piso. El empleado del correo le había dicho por teléfono que cerraban a las seis. La señorita del sector de entregas especiales sólo le dijo que era una caja verde, chica, atada con hilo sisal y lacre en el moño . Eran las seis menos cuarto y le quedaban diez cuadras por caminar y una avenida por cruzar.

Sobrevivirá Mamerto Francisco Antunes al cruce de la Avenida Alcaraz?

Llegará a tiempo para retirar la misteriosa caja verde que el correo se negó a entregar en su domicilio?

Continuará

viernes, 5 de marzo de 2010

PARA PAPÁ

Está flaco. El color pálido en su cara no lo ayuda y a mi tampoco. Sabe quien soy pero no recuerda que ayer también vine a visitarlo. Apoyo el Herald sobre su cama y hago bailar frente a sus ojos la revista de palabras cruzadas que tanto lo entretiene. Ya quiere empezar a completar el primer crucigrama. Se sorprende con la birome que le ofrezco. Una birome violeta con tinta color violeta. La mira mientras la hace girar entre sus dedos arrugados cubiertos de moretones y hace un chiste al respecto. De esos chistes simples y ocurrentes que tanto me asombran: Te la regaló Violeta Rivas?, me pregunta. Y yo me río y saco de mi cartera una libretita donde anoto cada una de sus ocurrencias. Al verme escribir me pregunta si le estoy haciendo una multa por estacionar mal la cama. Sacudo la cabeza y lo admiro y lo abrazo y lo olfateo. Tiene olor a papá. Su colonia de la Franco Inglesa me deprime un poco.
Me mira y se esconde tras la sábana pesada y blanca. Una escondida que dura algunos segundos hasta que se aburre y vuelve al crucigrama.
Cada vez que lo visito me redescubre. Usted es mi hija preferida, me dice. Y después aclara, como si yo no lo supiera, que eso es porque soy la única que tiene. Entonces yo lo imito y le digo...y usted es mi padre preferido y usted ya sabe porqué.
No está contento con ser viejo. Ya me lo dijo. Y haciéndose el gracioso me pregunta si sé donde queda la oficina de quejas para dejar asentado su reclamo. Que ochenta y nueve es un número impúdico. Que alguien debe encargarse de corregir el error de haberlo obligado a llegar hasta esa edad sin su consentimiento. Y yo lo miro. Y lo entiendo.
Por el porrazo que se dio el martes la nariz le quedó torcida y su sonrisa ya no es perfecta. Pero sigue siendo lindo. Que bueno que no trajo su armónica. Está tan sordo que desafina demasiado cuando toca y su música me pone triste. Tampoco insiste en cantar cuando entran las enfermeras. Pero juega a pedirme habanos después de tomar la sopa de arroz sin sal. Y yo le digo que bueno y le doy uno invisible. Y él lo fuma con los ojos entrecerrados.
Le ofrezco un té. Le traje algunos saquitos adentro de un sobre vía aérea. Es inglés y de la variedad que más le gusta. El té le fascina casi tanto como el vino moscato. Lo acepta, me dice bueno gracias pero me aclara que le traiga uno bien mojado.

Y en ese instante me doy cuenta...que este viejo que me hace reír es mi padre, que lo quiero y que está muriendo.