viernes, 12 de febrero de 2010

RARO

Hace calor. Más del que puedo soportar. Entonces abro la puerta y otra vez lo mismo. No entiendo. No entiendo nada, de nada. Qué es un árbol, qué es una hormiga. Quién soy yo. Cierro la puerta y me siento. Qué es un sillón. Me miro los pies. De dónde brotan las uñas. Cómo saben. Porqué no asoman desde el medio del brazo o la rodilla. Suena el teléfono. ¿Teléfono? No contesto. Subo la escalera. Prendo el aire acondicionado. Me ubico debajo de la lengua de aire helado. Cierro los ojos. Escucho ese sonido a vuelo, a máquina, a salvación. La cara se me enfría. Me recuesto y así me duermo hasta que al abrir la puerta vuelva a entender. Algo.