viernes, 28 de agosto de 2009

EL VOCABULARIO DE MAMÁ

En casa usábamos palabras, expresiones y extranjerismos raros. Aunque el único leído de la familia era papá, mamá tenía la costumbre de retener en la memoria vocablos extraños que escuchaba por ahí. Sin conocer con exactitud su significado pero dotada de una intuición poderosa, los embocaba a la perfección en sus oraciones.
Mi infancia se vió nutrida de esta clase de palabras y expresiones.
Cornucopia, opíparo, cintura divito, babé, canícular, jastial, sílfide, tísico. Heliotropo, bonvivant, blef, almácigo, gestroemia, misansen, parecía una cornucopia. El vestido de Martita era ampuloso, tu tío Anaselmo era un sibarita.

Antes de estrenar un vocablo yo preguntaba
qué quería decir. Las respuestas de mamá
me ayudaban poco y nada. Tanto como
a Amundsen le hubiera servido un
“por allá” para orientarse
en el polo norte. Entonces, como ella,
me dejaba llevar por la intuición,

Mi rebuscado vocabulario crecía cada día.
Con él hablaba con mis amigas del colegio,
con mis hermanos y con las visitas. Y me traía problemas.
Creyendo lucirme en mis clases de lengua
lo utilizaba en la redacción de mis oraciones
y composiciones.

- Los niños descansan bajo el sauce llorón
después de una opíparo brunch.

- Al notar que los pantalones
le quedaban cortos, la madre exclamó:
¡Hija! Estás hecha un jastial.

- Mabel organizó la frutas en el bowl
cual cornucopia.

- Optaron por no salir a juntar totoras
porque el calor era canicular.

Mi maestra de lengua sospechaba de mi vocabulario.
Un día la escuché cuchicheando con Lidia,
la de matemática, mientras corregían a la hora del recreo:

- Esta chica escribe raro, viste. Escuchá lo que puso en esta oración.
“Disfrazada de Carmen Miranda
bebió el agua helada del aguamanil sin
saber que su madrastra la había envenenado
con ácido muriático.”

- Y qué querés. Con ese nombre, contestó Lidia.

viernes, 7 de agosto de 2009

ESTA MUJER...¿ERA MI MADRE?

De chica me preguntaba si esa mujer depilándose el bozo en el baño era mi madre. Supongo que todo niño alguna vez tuvo sospechas acerca de su origen. Las mías eran múltiples por múltiples motivos.
Mamá detestaba que los pájaros la despertaran, que los perros babearan y que las vacas dijeran mu. Yo me sentía la reencarnación de San Francisco de Asís.
Mamá creía que los extraterrestres eran puras estupideces. Yo intentaba comunicarme con ellos dos veces por semana.
Mamá pensaba que esconder las galletitas, el cable de la tele y contar las milanesas frías que habían quedado en la heladera, era un plan de economía doméstica. Yo que era puro abuso de poder.
Yo amaba la lectura, saber de dónde se extraía el jade y hacia dónde emigraban las golondrinas. Mamá lo único que terminó de leer fue Platero y Yo, tres artículos del Readers Digest y su máximo interés era ganar el Prode.
Yo aprendía a hacer voulavents viendo Buenas Tardes Mucho Gusto. Mamá bufaba cuando tenía que hacer los huevos duros para los pic-nics.

Ella, grandes ojos color turquesa. Yo, ojos marrón zapato de colegio.
Ella, pelo rubio ceniza llovido. Yo, pelo castaño rojizo voluble.
Ella, odiaba el pollo. Yo, le pedía a Papá Noel que me dejara uno al espiedo en el arbolito.

¿Habrá sido mi madre?

miércoles, 5 de agosto de 2009

NO ME PARECÍA A RITA HAYWORTH

Antes de empezar me cercioraba que la casa estuviera vacía. Después corría los muebles del comedor para comenzar la práctica. La música disponible no ayudaba demasiado. En nuestro Ken Brown solía escucharse bastante Bossa Nova, Ray Conniff, algo de Nat King Cole y Frank Sinatra. Pero nada de Rod Stewart o Peter Frampton. Entonces cantaba. Entrecerraba los ojos para recordar la melodía y fruncía el seño para concentrarme y así poder cantar y bailar al mismo tiempo …if you want my Money and you think I´m sexy, come on sugar let me know… Y así iba puliendo el pasito de moda. Un rebote adelante y otro atrás, sacudiendo la cadera, pero nada exagerado. Una vez alcanzada la cadencia y el ritmo correcto con todo el cuerpo, introducía el bamboleo de brazos…She sits alone waiting for suggestions, he's so nervous avoiding all the questions...

Llegaba el sábado y sin importar cuán perfecto me hubiese salido el pasito el día anterior,a último momento me acobardaba y decidía no ir. Y todo por mi pelo.

Mi pelo no era ni rizado, ni lacio, ni ondeado ni crespo, ni grueso ni finito. Mi pelo era todas esas posibilidades al mismo tiempo. Yo lo tomé como un castigo divino. Bastante me había costado aceptar que de todos en casa yo era la única con ojos marrones; medir un metro setenta y tres cuando ningún candidato superaba el metro sesenta; calzar treinta y nueve desde los doce; tener boca grande y ser catalogada por mis tías abuelas como interesante en vez de linda...Pero tener el pelo voluble? Eso ya era demasiado.

¿Qué le pasaba a mi pelo? ¿Qué fuerza diabólica lo dominaba?.
Cuando el clima era seco se electrizaba y se adhería a mis cachetes. Y cuando la humedad superaba el setenta por ciento, se encrespaba, se inflaba y enloquecía. El flequillo se rebelaba aún más formando dos rulos con forma de cuerno sobre mis sienes dándome un aspecto indeseable de querubín gigante. No tardé mucho en aprender algunos trucos que mantenían mi melena indomable bajo control. El pelo lacio me hacía sentir segura. Con el pelo lacio me animaba a ir a las fiestas y enfrentar al sexo opuesto.

Después del “querés bailar” los examinaba de reojo. Ni lindos ni feos eran los chicos que me elegían. Pero aceptaba. Yo me concentraba en reproducir los pasitos ensayados durante la semana dándole la espalda. Prefería controlar el contorno de mi cabeza reflejada en el ventanal que tenía a mis espaldas más que comprobar si el chico con el que bailaba tenía lindos ojos. La noche prometía. El pasito me salía a la perfección, la dieta de la manzana había dado resultado, mi pelo se mantenía en su lugar... Y los temas que pasaban eran mis preferidos: Fleetwood Mac, Gloria Gaynor, Stevie Wonder. Pero el bailar me hacía transpirar intensamente. Y a él también. El calor se hacía insoportable. Yo evitaba establecer contacto visual para que no me lo pidiera. El rebote adelante y atrás, siempre mirando a un costado y al otro. Y de pronto lo inevitable. Un golpecito suave en el hombro y la fatídica propuesta: "Querés ir a tomar algo al jardín?” Y ahí comenzaba mi pesadilla. Caminar manteniendo la cabeza debajo de los aleros parecía ser la única solución para evitar los efectos del rocío sobre mi pelo. Pero la situación se hacía insostenible. Cuánto tiempo podíamos durar así? Yo, caminando por el caminito de ladrillos que bordeaba la pared de la casa con la cabeza inclinada debajo del techo y él esquivando los caracoles por el colchón de musgo con cara de asustado. Imposible. Entonces me entregaba a la intemperie y la metamorfosis no se hacía esperar. Alimentada por ese cocktail letal de baile, transpiración, el vapor hirviente que emanaba de mi cabeza y el rocío, mi peinado mutaba, cobraba vida...crecía.
El rocío era uno de los mayores enemigos para mi tipo de pelo. Producía un efecto silencioso y mortal sobre la primera capa de mi peinado alisado. Había pasado horas intentando engañar a la naturaleza con un truco maléfico llamado “la toca”, para que, en cuestión de segundos, el efecto de estiramiento se revirtiera a una velocidad espeluznante.


To be continued...