jueves, 25 de junio de 2009

NO TODOS LOS FRONTERIZOS SE DEDICAN AL FOLKLORE

Lo cierto es que un día descubrí cuál era mi problema. Yo no era inteligente. Lo venía sospechando, pero me hacía la zonza. Cara de faltita, no tenía. Aunque para cerciorarme fui a chequear al baño grande. Un espejo amplio de frente y dos a los costados. Y mi imagen multiplicándose hasta el infinito. Mi perfil izquierdo era normal y bastante lindo. Pero el derecho me hacía dudar. La boca enorme, trompuda y las comisuras que se derretían a los costados. Mi tamaño en general era otro elemento de duda. Había crecido desmesuradamente. Un metro setenta y dos a los trece. Empecé a caminar encorvada para disimular sin resultado.
Cuántos años tiene la nena?, preguntaban cómo si yo no estuviese allí. Trece.
Uy, que grandota.
Por cómo lo decían y de tanto subrayarlo deduje que la palabra tenía algún tipo de connotación negativa. Desde entonces detesto el adjetivo. Por ser descalificador y burlón de la manera más vil.
La palabra fronterizo la escuche por primera vez de boca de una amiga de mamá.
Viste, pobre Titina? Parece que el menor le salió fronterizo.
Y sí. Eso me me generó una gran confusión y luego la terrible sospecha de que yo era otro caso aunque aún no detectado.
Lo que más me sorprendía era que nadie se diera cuenta salvo yo. Ni mis amigas, ni mis maestros. Tal vez fuese por mi notable habilidad para imitar a los inteligentes.

Continuará


No hay comentarios: