miércoles, 30 de junio de 2010

BAJO SUS PIES

Se despertó como siempre. Con los ojos hinchados y la sensación de haber soñado algo poderoso y de mucho significado para su futuro. Esa sensación de que los misterios estaban a la vuelta de la esquina no dejaba de acompañarla nunca. Tal vez una nube con forma de tetera, la patente de un auto o un cartel en la autopista ocultaban un mensaje enviado por seres de otros planos.
Esa mañana la certeza le impresionó un poco. Se quemó la lengua con el café y no exageró como solía hacerlo. La vida para Ana necesitaba siempre de emociones intensas y sucesos trascendentes. La opción era sentirse viva o desaparecer bajo el agua de la ducha, mirando vidrieras, comprando caramelos ácidos. Mientras se cepillaba el pelo decía: soy Ana. Y cuando iba en bicicleta al colegio repetía: soy Ana. Nombrarse era una manera de estar ahí, presente. Existir, existir como si el resto del tiempo que no se nombraba hubiese hecho algo distinto.
Tan raro era todo sobre la superficie de la Tierra que esa mañana decidió hacer lo que sentía. Buscar respuestas en el sentido opuesto. Si todos miraban hacia arriba ella buscaría abajo. En lo profundo, en las entrañas de un planeta en el que sólo algunos locos habían reparado.
Nada sobre la superficie la atraía lo suficiente, después de todo.
Ana era un ser solitario que jugaba a ser alumna, a tener amigas, a tomar clases de guitarra, a saludar, a estar viva. La vida para ella era como un gran juego de la oca en el que se desplazaba de casillero en casillero evitando caer en algún obstáculo. O aún algo peor, volver a la partida para empezar todo el recorrido de nuevo.
Compró trece arbustos en el vivero de al lado de su casa. Se proponía armar un semicírculo de follaje en la parte más sombría del jardín. Allí donde alguna vez había volado sobre su hamaca. Cerca del cerezo que nunca florecía, del roble añoso, de la tumba de su perro. En ese rincón tan alejado de la casa que no parecía ser parte de un jardín cuidado por un jardinero. Allí empezaría a cavar. Allí. donde de chica se sentaba a esperar que llegaran las tormentas soñando que vivía sola bajo un paraguas gris con un zorzal que la miraba desde una rama como su único testigo.


CONTINUARÁ

martes, 22 de junio de 2010

EL VELORIO DE MAMÁ

A los nueve años mamá me decía cosas como ésta.
Que el día que ella muriese
me iba tocar encargarme de ciertas cosas.
Papá y los varones arreglarían
lo del entierro, y yo,
de que ella en el velorio se viera... linda!
Sí. Por ser la menor y la única mujer,
en la repartija de deberes filiales el día de su velorio, me había tocado
la espeluznante tarea de... "arreglar" a mamá!
Antes de que llegara la gente a contemplarla, yo debería seguir una serie de pasos. Primero, me encargaría de que le pusieran el camisón blanco con cuellito de encaje. En segundo lugar debía ocuparme de su peinado. Ponerle el rulero mas chiquito de la bolsa de los ruleros en el flequillo. Batirle después el pelo con el peinecito de cola, inclinando el peinado hacia un costado, preferentemente hacia la derecha. Además debía rociarlo todo con spray en caso de que alguna corriente de aire entrara al cuarto y pudiera despeinarla. Más tarde procedería a pintarle las uñas con el esmalte Wild Rose de Revlon. Mientras sus uñas se secaban le aplicaría un poco de base suave de Mary Kay, algo de rubor en las mejillas, el más claro de todos y sobre los labios el rouge Pale Peach de Helena Rubinstein. Pero para los ojos...nada de sombras. Era inadecuado.
Las sábanas elegidas para el evento estaban en el segundo estante del placard del pasillo. El juego de motitas que había comprado durante algún verano, en Florianópolis. Debía armar la cama, con esmero, cuidando de que no quedaran arrugas sobre la superficie. Armaría unos ramitos silvestres juntando flores del jardín que luego colocaría en cada esquina de la cama. Después con ayuda de alguien debería acomodarla como sentada sobre las dos almohadas de plumas, como para que pareciera dormida sobre el lecho que en vida compartiera con mi padre.
Es una buena noticia que para cuando mamá murió, yo ya no era una niña.
Las extrañas circunstancias de su muerte, además, se interpusieron en sus deseos.
Nunca llegué a ver su cuerpo quieto. Jamás pude cumplir sus detallados pedidos.
Pero aún así en mi mente...cada vez que cierro los ojos antes de dormirme... puedo verla.
Muerta y linda como ella hubiese querido.

martes, 1 de junio de 2010

YO NO CREO QUE

Yo no creo que mamá no me quisiera. Creo algo aún peor.
Yo creo que mamá quería que fuese... otra.
Que fuese ella, tal vez.
Que me pintara los ojos con sombra color celeste,
que me pusiera tacos, que usara más escotes.
Que caminara derecha.
Todo esto era de lo más contradictorio
con los mensajes que me enviaba a lo largo del día.
Mensajes que lejos de ser subliminales
eran tan directos como una bombita de carnaval
impactando sobre mi espalda.
Empezaba por el respeto. Que tenía que hacerme respetar, que el respeto no se pide, se impone. Que no me dejara tocar, que no permitiera que me desabrochen la camisa... Que mejor... no me pusiera camisa...Que no la hiciera quedar mal...


Creo entender a la distancia que mamá tenía miedo. Quería que me esforzara en ser atractiva y que a la vez fuese intocable. Todo resultaba muy confuso y se me era comunicado con frases incompletas, arqueo de cejas, revoleo de ojos, mohines incomprensibles. Pilas de intenciones disfrazadas y todo para qué? Para preservar el honor de la familia. Lo cierto es que lo consiguió.
Salí acomplejada y bastante confundida, lo cual, como método anticonceptivo resultó ser mucho más efectivo que el que proponía mi madre. Mis complejos llegaron a ser tan intrincados que empecé a creer ciertas cosas. A creer que tenía más que ver con el reino vegetal que con el animal. Y por tanto aprendí a desarrollar ciertos mecanismos de defensa infranqueables, como actitudes en forma de espinas, miradas venenosas...frases y pensamientos mal olientes. Mis confusiones me tornaron en una maleza enmarañada con un sentido del humor ácido y poco atractivo para los chicos que intentaban acercarse a más de un metro de distancia.
Tal siguió siendo mi desconcierto ante los nuevos planteos de mi madre que entre los 14 y los 16 años supuse que era de otro planeta. Entonces por las noches me paraba en medio del jardín con los brazos extendidos y los ojos entrecerrados... intentando establecer alguna comunicación con quienes asumí debían ser mis verdaderos progenitores: los extraterrestres. No encontraba ninguna otra explicación a las insalvables diferencias entre ella y yo.
¿Cómo era posible? Si esta era mi madre y me trataba como a un ser de otra especie...la única respuesta era entonces...que yo debía pertenecer a otra especie. Y que por error, por algún extraño experimento o para imponerme alguna clase de penitencia...esos seres me habían depositado allí...en este bendito planeta, y de todas las madres...habían eligido a ésta... a modo de castigo.
Lo cierto es que nunca vinieron a buscarme. Les pedí perdón. Les pedí perdón de todas las formas posibles a mis progenitores extraterrestres. Por cualquier daño o situación que por mi culpa se hubiese sucitado, aunque ni siquiera recordara haberlo hecho.
Hasta hoy no he recibido respuesta alguna.
Aún sigo intentando averiguar...de dónde vengo.