sábado, 3 de octubre de 2009

RESULTÓ SER UN BUEN PADRE

Sus sermones me producían tan decididamente el efecto contrario que llegué a creer que estaba poseída. Cuando nos llamaba a la austeridad sentía deseos irrefrenables de ahogarme en la gula. Y si trataba de inspirarnos a amar sin mirar a quien, de regreso a casa me detenía en cada una de las almas de mi cuadra y las desollaba vivas. El último domingo me atreví a soltar una carcajada después del amén. Cuando el último gorjeo de mi risa se apagó, él giró la cabeza como un soldado ruso y me incineró con sus pupilas. Un segundo mas tarde había desaparecido tras la puerta de la sacristía.
Una charla intrascendente nos entretuvo a la salida hasta que alguien dijo, “se hace tarde”, y nos obligó a partir.
El grupo se disipaba de a poco entre las bicicletas inglesas. Mientras yo luchaba por liberar el candado de la mía apareció de la nada vestido de civil. Y con una furia que aún hoy me aniquila, me arrastró seco de palabras hasta una pared sin revoque y me besó hasta hoy.