viernes, 21 de noviembre de 2008

UNA NIÑA MUY NORMAL (1)

Tuve una infancia bastante rara. En casa había una televisión Atma y una plancha Siam di Tella. Nunca viajábamos en taxi, pero de haberlo hecho, supongo que la marca del auto hubiera sido Eslabón de Lujo. No teníamos secador de pelo por lo que en invierno secaba mi larga melena rubia con el calor de la chimenea. Un día de junio el fuego chisporroteó más de la cuenta y me prendí fuego. Me apagaron con el agua de un florero chino y un vaso de Paso de los Toros.
Mi madre alegaba ser vegetariana. Aunque comía milanesas de peceto porque decía que la carne disfrazada no le daba impresión. En verano nunca accedían a comprarme helados. Yo insistía. Me trepaba al portón del frente de la casa a esperar el pedaleo cansino del heladero y su agónico cantito: “Helado, helado. Helados Noel, helados". Apenas lo detectaba a lo lejos, salía corriendo para localizar a mi mamá. Generalmente estaba en su cuarto leyendo el Reader´s Digest. Me ubicaba debajo de su ventana, al lado del azarero, y le daba una serenata: “Helado, helado. Helados Noel, helados”. Ella escuchaba hasta el final para luego decir: “No hinchés más, querés. Ya te dije que no”. Y me mandaba a hacer tortitas de barro mezcladas con las zanahorias mustias del cajón de las verduras. Pero un buen día ocurrió un milagro. Cuando estaba por cumplir ocho años me caí del tobogán más alto del colegio y me torcí la pierna derecha. Rengueaba. Mis padres dijeron que era una teatrera. Que Greta Garbo, al lado mío, era un poroto. Que si Fellini venía a la Argentina, tal cosa, que si Andrea del Boca necesitaba un reemplazo, tal otra. Al día siguiente mi pierna había triplicado su tamaño. Se parecía a la del muñeco de la publicidad de los neumáticos Michelín. Las comparaciones enmudecieron. Me llevaron al hospital y después de algunas radiografías el médico diagnosticó una fractura doble. Tibia y peroné. Me fabricaron una bota de yeso sobre la que el traumatólogo escribió: "Para la nena más linda, del Doctor Noel". Milagrosa coincidencia. Ese día me compraron un helado de dos pisos de vainilla y chocolate.

Continuará

1 comentario:

Anónimo dijo...

Hola Clem:
Me conmueve tu capacidad para narrar hechos que a simple vista parecen intrascendentes, pero que alcanzan un nuevo sentido cuando vos los contas. Cada historia es como una flor llena de petalos para ir deshojando.
TE FELICITO POR TAN LINDO BLOG, CLEM!!
Pauli