martes, 2 de diciembre de 2008

CONVERSACIONES ENTRE ESPECIES

Suelo conversar con mi gata. Más que conversaciones, mantenemos la mirada. Siempre por la mañana nos miramos ella y yo. El martes me había sentado frente a la ventana a contemplar el raro fenómeno de la vida. Ella estaba recostada a poca distancia sobre los tomos de la enciclopedia Británica. Yo observaba los brotes nuevos estallando en los álamos plateados, los zorzales de plumas color pimentón picoteando el pasto. Un enjambre de mosquitas blancas ensimismadas en el medio del jardín. Sentí deseos de ser parte de aquél alboroto. Salí a unirme a esos vuelos diminutos y enloquecidos. A festejar esta extraña existencia que se expresa en capas y niveles. Álamos, aire, pájaros, ojos mirando, cielo, moscas. Los pequeños insectos se enredaron en mi pelo, se posaron en mis pestañas, se metieron en mi boca abierta y húmeda. Me sentí incómoda, aturdida. Salí de la escena y el enjambre volvió a formar una bola armoniosa y viva. Quise volver a mi lugar. Pero allí estaba ella, mi gata. Ocupando el mismo hueco, aún tibio, que había dejado un instante antes sobre el sillón de pana verde. Ella miraba por la ventana en la misma dirección en la que miraba yo antes de salir. Pensaba pensamientos de gato. Le pregunté qué hacía. Me miró nueva y celeste. Bajó del sillón y maulló frente a la puerta. Salió lenta y sinuosa. Se sentó en el pasto al sol. Yo la seguí con la mirada en silencio. Las mosquitas la rodearon por algunos segundos. Ella cerró los ojos, estiró la cara y se unió sin interferir. Luego me miró y me dijo sin decir nada: así, se hace.Le dije gracias. Mañana volveremos a conversar, mi gata y yo. Ahora está durmiendo en el estante de las sombreros.

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