viernes, 5 de marzo de 2010

PARA PAPÁ

Está flaco. El color pálido en su cara no lo ayuda y a mi tampoco. Sabe quien soy pero no recuerda que ayer también vine a visitarlo. Apoyo el Herald sobre su cama y hago bailar frente a sus ojos la revista de palabras cruzadas que tanto lo entretiene. Ya quiere empezar a completar el primer crucigrama. Se sorprende con la birome que le ofrezco. Una birome violeta con tinta color violeta. La mira mientras la hace girar entre sus dedos arrugados cubiertos de moretones y hace un chiste al respecto. De esos chistes simples y ocurrentes que tanto me asombran: Te la regaló Violeta Rivas?, me pregunta. Y yo me río y saco de mi cartera una libretita donde anoto cada una de sus ocurrencias. Al verme escribir me pregunta si le estoy haciendo una multa por estacionar mal la cama. Sacudo la cabeza y lo admiro y lo abrazo y lo olfateo. Tiene olor a papá. Su colonia de la Franco Inglesa me deprime un poco.
Me mira y se esconde tras la sábana pesada y blanca. Una escondida que dura algunos segundos hasta que se aburre y vuelve al crucigrama.
Cada vez que lo visito me redescubre. Usted es mi hija preferida, me dice. Y después aclara, como si yo no lo supiera, que eso es porque soy la única que tiene. Entonces yo lo imito y le digo...y usted es mi padre preferido y usted ya sabe porqué.
No está contento con ser viejo. Ya me lo dijo. Y haciéndose el gracioso me pregunta si sé donde queda la oficina de quejas para dejar asentado su reclamo. Que ochenta y nueve es un número impúdico. Que alguien debe encargarse de corregir el error de haberlo obligado a llegar hasta esa edad sin su consentimiento. Y yo lo miro. Y lo entiendo.
Por el porrazo que se dio el martes la nariz le quedó torcida y su sonrisa ya no es perfecta. Pero sigue siendo lindo. Que bueno que no trajo su armónica. Está tan sordo que desafina demasiado cuando toca y su música me pone triste. Tampoco insiste en cantar cuando entran las enfermeras. Pero juega a pedirme habanos después de tomar la sopa de arroz sin sal. Y yo le digo que bueno y le doy uno invisible. Y él lo fuma con los ojos entrecerrados.
Le ofrezco un té. Le traje algunos saquitos adentro de un sobre vía aérea. Es inglés y de la variedad que más le gusta. El té le fascina casi tanto como el vino moscato. Lo acepta, me dice bueno gracias pero me aclara que le traiga uno bien mojado.

Y en ese instante me doy cuenta...que este viejo que me hace reír es mi padre, que lo quiero y que está muriendo.

2 comentarios:

Beroldo dijo...

Tu relato me hizo llorar.
Es tranparente.

saludos,
Laura

Clemencia González Silveyra dijo...

A mi también Laura!
Muchas gracias por leer.
Clemencia